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La distancia… relacional

En abril de 2015 una de mis mejores amigas me llamó un domingo proponiéndome vernos, me tenía que comentar una cosa. La noticia era que a su marido le habían propuesto un traslado, un puesto directivo en México. Se iban…, se iba.

Recuerdo perfectamente el momento. Andábamos por la playa. Hacía un día precioso con ese sol que acostumbra a regalarnos la costa dorada. Me lo dijo inmediatamente, sin preámbulos, mirándome directamente, atenta a mi reacción. Diría que verbalizarlo fue un alivio para ella. Una manera de ir haciendo realidad algo que para ella y su familia iba a suponer un gran cambio.

Recuerdo que me detuve, el estómago se me encogió y por un momento el tiempo se ralentizó y me giré buscando su mirada. Nos abrazamos y lloramos. La sensación en ese momento fue de pérdida, mi amiga desde hace más de 30 años se iba a más de 9.000 km de distancia.

Continuamos caminando y me interesé por saber cómo estaba ella, sus padres, sus hijos y cuáles eran los próximos pasos. Su mente estaba centrada en todo lo que tenía que organizar, en cerrar su casa y en preparar su futuro hogar. La partida era bastante inminente, en menos de tres meses tenían que instalarse allí, así que la acción ocupó todo el espacio: buscar colegio para su hijo pequeño y universidad para el mayor, dejar su trabajo, comunicarlo y despedirse de amistades y familiares. Iban a un lugar que aunque el idioma no era un problema existen diferencias culturales y se estaba informando sobre cómo era la vida allí y al mismo tiempo revisaba miedos y creencias previas. “Estoy bien!”, me dijo.

Antes de la marcha de la familia nos despedimos y gracias a las posibilidades que hoy tenemos al alcance edistancia 3n forma de Skype, chats, whastapps… hemos seguido estando en contacto. Y eso me ha permitido a mí, y a sus otras amistades, estar a su lado cuando, una vez allí, ella conectó con la soledad, los kilómetros de distancia, mezclado con la preocupación como madre por acompañar a sus hijos en la adaptación a la nueva vida. La sensación que te impregna el separarte de personas importantes y el amargo vacío que produce. El creer que seremos rápidamente sustituidos y que perderemos los vínculos con las personas. Pensar que tus relaciones familiares, de amistad y profesionales ya no están. ¿No están? Sí que están! El que se va deja una parte de sí y se lleva una parte de los demás. Somos seres relacionales. Somos a través de los otros. Necesitamos y buscamos la mirada del otro, una referencia, un compartir y construir juntos a través de vínculos duraderos. Y eso es lo que la ha ayudado a ir encontrando su lugar allí. Apoyarse en una red de relaciones auténtica, sincera, presente en la distancia. Y tejer nuevas relaciones con un grupo de personas que están en una situación muy similar con las que compartir preocupaciones, alegrías y hobbies. Ahora el vértigo es menor, porque la despedida de cada viaje guarda el reencuentro a la llegada.

Hemos despedido el año y recibido el nuevo año juntas, con nuestras familias y un grupo de amigas que no se ven todo lo que desearían pero que la distancia entre ellas es tan son física porque la relacional no existe.
Las relaciones sanas nos permiten afrontar nuevas situaciones, entornos complejos e inciertos, confiar y movernos con fluidez en culturas diferentes.

Sucede lo mismo en la red secundaria o profesional. Revisar cómo son nuestras relaciones y ser conscientes de a qué distancia están. La distancia relacional es subjetiva, no es una variable positiva o negativa, pero si un elemento a gestionar ya que tiene un impacto directo en nuestros resultados, nuestra manera de estar y contribuir al equipo, nuestra vinculación con la organización.

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