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De picar piedra a construir catedrales

Hace unas semanas, un cliente nos hizo una demanda para ayudar a los líderes de su organización a motivar a sus equipos, cuando su carrera profesional, muchas veces ya no tiene más recorrido.

En concreto, nos pide que les ayudemos a evitar el “despido interior”, concepto que se popularizó tiempo atrás, con la publicación del libro de Lotfi El Ghandouri, “El despido interior”, subtitulado “Cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión”. La tesis que sustenta el libro es que cuando no encontramos salida a la desmotivación y frustración laboral, estamos en proceso de “despido interior”. Es el resultado final de un largo proceso de vivencias negativas, o poco satisfactorias. De pequeñas o no tan pequeñas decepciones, hasta que la diferencia entre expectativas previas y la realidad se hace tan grande que genera dolor y decepción y puede llevar a una emoción que habla mucho de rabia, y de necesidades no satisfechas: la resignación.

El despido interior se presenta cuando nuestra actitud hacia el trabajo, hacia la empresa, va empeorando hasta terminar en una especie de indiferencia frente a todo lo que nos rodea, perdemos el ideal del compromiso, nos volvemos personas pasivas y somos “funcionarios” esperando que el reloj marque la hora en punto para salir por la puerta.

¿Cómo darle la vuelta a esta situación?

De entrada, hemos de recordar que la motivación humana es un mecanismo complejo y que tiene, como característica, que una vez alcanzado algo que anhelabas ya estamos deseando otra cosa.

¿Qué hacer, entonces, cuando mi recorrido profesional ha llegado, casi seguro, a su fin, y es casi imposible pensar en una promoción o un movimiento lateral?

Pongamos el foco en dos grandes palancas motivacionales:

1ª) La primera, la motivación extrínseca, tiene que ver claramente con aquello que tu jefe, como líder, puede hacer por ti: RECONOCERTE por tu aportación, por tu logro, por tu valía. Por tu compromiso y constancia. Por tu compañerismo. Por hacerle fácil la vida a un cliente. Por sonreír por las mañanas cuando das los buenos días. Por…, por…, por…. Y por no creer que “para eso le pagamos” ni que “hacer las cosas bien es su obligación, lo que se supone”.

Tiene que ver con que te dedique tiempo, explore qué otras cosas podrían hacer que tu trabajo fuera más estimulante, motivador. Quizá pequeños cambios, ya que los grandes casi siempre quedan fuera de su alcance. Tiene que ver con sentirte escuchadx, importante.

Esta motivación extrínseca viene también por los compañerxs, los clientes, otras personas con las que nos relacionamos y nos aportan ese reconocimiento por lo que hacemos, por cómo nos comportamos.

2ª) Y luego hay una motivación intrínseca, la que tiene que ver con unx mismx. Y la que para nosotrxs es fundamental cultivar y tiene que ver con encontrar tu “sentido profesional”.

A veces, para ser claros, la única motivación que tenemos ya es ganar un sueldo con el que vivir más o menos dignamente. Pero eso ya es una motivación en sí misma y una razón por la que estar agradecidos. Y no deberíamos convertirlo en una queja. Es una forma diferente de levantarnos por la mañana puesto que tener ese trabajo me permite un determinado nivel de vida.

Pero esta es sólo una posible motivación. Y lícita. Pero hay otra como nos recuerda la historia de los tres cantoneros:

“Cuenta la leyenda que había un peregrino que hacía el camino de Santiago. En una de sus jornadas decidió hacer una pausa junto a una cantera. Mientras descansaba observó a tres canteros haciendo el mismo trabajo. Le preguntó al primero, viendo que se quejaba, resoplaba, refunfuñaba y maldecía, qué hacía. Y contestó: “Malgastar mi vida para conseguir un salario de miseria. Me despierto de madrugada; vengo hasta aquí, me deshago las manos picando la piedra; en invierno me congelo de frío; en verano me aso de calor; si llueve, me mojo; si hace sol, me tuesto… ¡maldigo la suerte de ser cantero.” Observó al segundo, que parecía estar bastante enfocado en su trabajo. Le preguntó lo mismo y el cantero respondió que hacía bien su trabajo ya que con ello conseguía un salario que le permitía mantener a su mujer y a sus hijos de forma digna, y porque sabía que del trozo de carbón podía salir una forma bella.

El peregrino vio que el tercer cantero silbaba y canturreaba… Se le veía FELIZ. Se acercó a él lleno de curiosidad y le preguntó: “Oiga, ¿y usted qué hace?”. “¿Que qué hago?” -respondió el tercer cantero- :“¡Estoy construyendo una Catedral!”

O la historia de la mujer que limpiaba los lavabos en la NASA, que al ser preguntada por su trabajo contestó llena de orgullo: “Estoy ayudando a que el hombre llegue a la Luna”.

Por supuesto, en estas historias, la primera una fábula y la segunda, parece ser, real, encontramos motivaciones mucho más elevadas: de contribución, de creatividad, de logro, etc.

Cuando somos capaces de entender que TODO trabajo hecho con amor tiene un para qué, un sentido en sí mismo, y que tu forma única de hacerlo te hace también a ti únicx, posiblemente nuestra actitud hacia ese trabajo, quizá ya rutinario y repetitivo, cambie. Y quizás relativices tus expectativas no satisfechas y te alejes de la rabia y la resignación, y del “despido interior”.

Porque esa necesidad de la que habla la rabia, que esperabas cubrirla con

  • un trabajo más atractivo, o
  • con más estatus, o
  • con un desarrollo profesional determinado,

puede ser cubierta con

  • sentir que ayudas y contribuyes,
  • con reforzar tu seguridad haciendo muy bien lo que haces,
  • con potenciar tu autonomía,
  • con disfrutar de un trabajo más relajado
  • con el sentido de pertenencia
  • etc.

Antes he citado el subtítulo del libro “El despido Interior” :“Cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión”.

Alex Pattakos (1), cariñosamente llamado “Doctor Sentido”, por su pasión por ayudar a las personas a encontrar sentido en su vida y en su trabajo, tituló su libro más famoso, basado en el enfoque de V. Frankl, “Prisioneros de nuestros pensamientos”.

Es interesante reflexionar en este punto sobre el concepto de prisión/prisionerx.

¿Qué es lo que me hace convertir mi trabajo en una prisión? ¿Los hechos en sí mismos o la forma en que pienso sobre ellos? La verdadera prisión tiene que ver con nuestros juicos sobre las cosas, con la actitud que tomamos en base a esos juicios. Y nosotros podemos salir de ella llenando nuestro día a día de sentido. Por eso, citando a Viktor Frank, “con frecuencia no podemos cambiar las circunstancias que nos rodean, pero siempre podemos decidir la actitud con que queremos afrontarlas!” Y eso, según Frankl,” es la última y más grande libertad humana.”

Como conclusión, necesitamos humanamente ser vistos y reconocidos. Es una necesidad humana universal. Por tanto, “aviso para navegantes”! Pero si yo soy capaz de llenar de sentido mi trabajo, de conectar con mis motivaciones profundas, de encontrar mi “para qué”, me atrevería a decir que es imposible caer en el Despido Interior.

(1)Cuando en Solorelatio (en esa época Solo Com) decidimos empezar a trabajar con el concepto de “sentido profesional”, en el 2008, invitamos a Alex Pattakos a Barcelona para dirigir un Seminario titulado: “En busca del Sentido profesional”. Nuestro reconocimiento a su empuje y ayuda en este campo.

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