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Hacer el Bien

Por una larga serie de circunstancias que ahora mismo no vienen al caso, el pasado 19 de septiembre me encontré volviendo a casa, en el Empordà, en el último tren que había, que llega a Flaçà a las 22’29 h. De entrada, el tren, cómo no, llegó con retraso, a las 22’42 h. Yo tengo todavía 25’ en coche hasta casa, con lo que deseaba ardientemente el momento de ponerme en camino para poder sentarme en el sofá y descansar un poquito antes de irme a dormir.

Ése día, 19 de septiembre, también lo podría considerar “Mi MAL DÍA” o “Mi Día Particular del Despiste”, ya que fueron varios y significativos los despistes que tuve, y que tampoco vienen al caso, a excepción del DESPISTE que tiene que ver con esta historia.

Pues bien, me acerco al coche, afortunadamente/milagrosamente aparcado casi delante de la estación, ya las 22’45…. Y horror, veo los Warming encendidos… SUSTO y diálogo interno: “No me habré quedado sin batería, verdad??” Manteniendo todavía un ápice de confianza y optimismo, subo al coche y, obviamente, NO ARRANCA!! Sudor frío! Los pocos coches de los pocos viajeros que bajaban del mismo tren en esa estación ya se habían ido. Pensando en las casi 2 horas de viaje que llevaba y en lo que iba a tardar en llegar el servicio de asistencia de mi seguro, me acerco a la estación pensando prudentemente en ir al baño… Y la estación estaba cerrada ya, pero vi a la taquillera/responsable de estación, todavía cerrando la última puerta. Le explico la situación y, sin dudarlo, desactiva las alarmas –que llevó su tiempo- y me abre la estación. Más relajada pensando en una larga espera, veo a un chico en la Parada de Taxi –sin taxis!- con su maleta haciendo una llamada telefónica, y, cuando cuelga, le pregunto si cree que me podría ayudar.

Y sin dudarlo, se va hacia el coche y empieza a darme indicaciones para poder moverlo, desaparcarlo, empujarlo hacia atrás, dejar ir el coche, soltar embrague, sin suerte, volver a intentarlo, es decir, volver a empujar cuesta arriba el coche, dejarlo ir, soltar embrague… y así una, dos, tres, cuatro veces hasta que, al quinto intento: LO CONSEGUIMOS!!!! Lo que aún no he dicho es que la responsable de estación (pensemos que ya eran las 23’00 h, habiendo acabado de trabajar… lo que todo el mundo desea es volver a su casa cuanto antes…) nos preguntó si podía ayudar, y ahí se sumó a empujar el coche una y otra vez hasta quedar extenuada.

Desde el primer momento en que vi que me ayudaban, se convirtieron en mis dos ángeles y les pregunté su nombre: Dolors y David. Y lo único que yo experimentaba era GRATITUD. No había enfado, ni frustración, ni cansancio. Sólo GRATITUD por estar en esa circunstancia con dos personas buenas, con ganas de hacer el BIEN, que no me dejaron sola ni me dijeron “llama a tu seguro”, o “lo siento, no llevo pinzas”, o “es que me esperan en casa”. Y que lo hicieron en todo momento con una sonrisa, con una actitud y un buen humor admirables. Convirtieron mi mal, día, con el pero final, en un día inolvidable.

Cuando finalmente arrancó el coche, di la vuelta para volver a la estación y, con mucho cuidado de que el motor no se parara!!, darles las GRACIAS!!!

David y Dolors no leerán este post, pero ojalá les llegara ese día mi profundo agradecimiento, porque volví a casa feliz, incluso divertida, y tremendamente llena de un sentimiento de bondad universal.

Y empecé a pensar en lo que desde Solorelatio y desde La Red de consultores a la que pertencemos defendemos: el instinto primigenio del ser humano a cooperar. Nos presentamos al mundo como Consultora & Red de consultores expertos en ayudar a construir relaciones de confianza y cooperación orientadas a mejorar los resultados. Y aunque lo que me ocurrió no fuera en un ámbito profesional, esto es lo que viví esa noche, un instinto puramente colaborativo. Porque, obvio, mi intención también era cooperar en el sentido que nosotros explicamos: ayudarte a lograr tus objetivos y que tú me ayudes en los míos. Si recordáis, David estaba haciendo una llamada. Resultó que no conocía la zona, y tenía que haber bajado en Girona pero, de nuevo, cómo no, los paneles de información del tren anunciaban mal las paradas y bajó una estación después. Si no me hubiera dicho que ya estaban en camino para recogerle, yo le hubiera llevado a Girona sin dudarlo. Porque la cooperación mueve a la cooperación. Porque mirar por el bien del otro genera una corriente de actitudes y comportamientos positivos. Pero eso implica, muchas veces, esfuerzo y tiempo, como dedicaron ese día David y Dolors.

Creo que esta es una reflexión que a todos los managers y líderes de equipo nos puede servir: ¿Cuántos Davides hay dispuestos a entregar tiempo, a poner esfuerzo por empujar una y otra vez a nuestros colaboradores hasta llevarles a lograr el éxito? ¿Cuánta energía ponemos para facilitar la vida de nuestros equipos? ¿Y cuantas Dolors, que en lugar de mirar para otro lado, convencidas de que ya han cumplido  con su tarea, es decir, de que han atendido sobradamente con las necesidades de su departamento, o de su puesto, se acercan para arrimar el hombro y van más allá, queriendo cooperar con otros departamentos, para construir relaciones que despierten la gratitud y la confianza??

Y, por último, y no menos importante, ¿cuántas personas con las que nos relacionamos dirán de nosotros que somos personas buenas, capaces de convertir un mal día en un día inolvidable? ¿Cuántos saben que vamos a estar ahí cuando nos necesiten «Sabía que ibas a venir»?

Gracias Dolors y David, aunque nunca leáis este post, por la lección de ayuda desinteresada que me distes esa noche, demostrando el instinto primegenio a la cooperación.

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