Los que conozcan a Ernesto Sábato, el ya fallecido científico argentino converso a filósofo existencialista, seguro que recodarán una de sus más célebres frases: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, busca el conocimiento de hombres, indaga la naturaleza, o busca a Dios; después se advierte que el fantasma que se perseguía era uno mismo”.
Y conecto con este pensamiento nada más volver de un viaje a la China. Un viaje que ha supuesto embarcarme hacia esas tierras muy lejanas y que ahora siento que debo darle un sentido a todo lo allí vivido. Desde mi propia interpretación. Desde mi mismo.
Es mi primera vez en ese grandioso país y necesitaré unos cuantos meses en digerir todo lo que he encontrado en ese territorio. Magnitudes inconmensurables (población, cuidades, extensión, PIB). Culturas diversas amalgama de Budismo, Taoismo y Confucionismo. Idioma simbólico con más de 10.000 bellos y sugerentes caracteres. Comidas y sabores sorprendentes en los que el arroz no es más que un diminuto acompañante. Paisajes de verdes húmedos y tamaños y belleza inalcanzable… en fin, dar sentido a todo lo que he podido comprobar en directo y no por lecturas o relatos de otros me llevará tiempo.
Sin embargo, como simple aperitivo, me quedo con cuatro impactos que me han hecho pensar en algunas de las esencias del liderazgo. No son sobre el liderazgo en China ya que no tengo experiencias ni referencias directas sobre ello. Pero si son sobre cuatro pilares que un líder debe integrar en su identidad y en las acciones en las que los despliega. Se me aparecieron, agazapados, detrás de cuatro experiencias.
Liderar es perseverar
Una de las 7 originales maravillas del mundo es la Gran Muralla China. Una muralla que se impone a la naturaleza dibujando un límite a modo de frontera frente a los antiguos Mongoles. Cuando caminas por un minúsculo tramo de los más de 7.000 km de este grandioso monumento te sientes diminuto ante semejante obra construida montaña a montaña, ladrillo a ladrillo, poniendo a prueba el trabajo de los más de 500.000 obreros que la construyeron. Se pierde la vista en un horizonte de torres unidas por tramos de sinuosos recorridos y te hace pensar en la descomunal perseverancia necesaria para conseguir este logro. No entro en valoraciones históricas ni morales.
Solo pienso en esta muestra de perseverancia que solo es posible cuando estas comprometido contigo mismo y con los retos que te marcas. Y estar comprometido es saber que hay un esfuerzo adicional a hacer cuando ya has entregado toda tu energía. Y lo haces por que aquello tiene un sentido que te da dirección, comprensión y guía. Perseverar no es fruto del raciocinio. Es una consecuencia de una energía que viene del cuerpo. De la fuerza interior de tus propias emociones. Y eso el líder debe saber encontrarlo en sí mismo. Para avanzar. Ladrillo a ladrillo.
Liderar es construir legado
Cuantos dolores escondidos debía tener el alma del primer emperador de la China. Aquel que hizo construir 8.000 Guerreros de Terracota en Xi’an para que lo protegieran tras su muerte situándolos delante del templo en donde debía yacer. Ese primer emperador sabía que la magnitud del dolor que había infligido en vida debía ser directamente proporcional a la grandeza que mandó construir. Ocho mil cuerpos de barro. Ocho mil caras únicas y distintas que debían jugar el rol de guardaespaldas de los fantasmas que le esperaban en el más allá.
Los lideres deben ser conscientes de las huellas que dejan a su paso. Todas las decisiones que toman, todas la “orientaciones a resultados”, todas las “innovaciones disruptivas”, todas y cada una de las acciones que validan dejan un rastro relacional en las personas a las que afectan. Y no puede ser de otra forma. Y no entenderlo es mecanizar y no comprender la esencia de lo que es un sistema organizativo. No entenderlo no sólo es cometer un error, sino que es como dice Rafael Andreu, profesor emérito de IESE, es algo antinatural.
Cada uno de esos Guerreros invitan a los lideres a pensar en el legado que van dejando y, sobre todo, en el legado por el que querrán ser recordados. Con sus miradas, cada uno de esos Guerreros, nos inquieren a pensar en los efectos de cada paso que damos y, en el fondo, parece que nos pidan que no lleguemos a necesitarlos tal y como ese primer emperador creía necesitarlos.
Liderar es integrar
Observar el Dragón Chino es quedarse embelesado ante una figura mitológica de larga tradición en ese país. Es una figura que mezcla diferentes partes de otros animales: cabeza de caballo, cuerpo de serpiente, cuernos de ciervo, escamas de pez… Es el resultado de la integración que ha hecho la historia de los diferentes tótems que representaban a diferentes tribus en la legendaria historia de China. Se buscaba el poder del todo más que la lucidez de las partes.
Figura vivaz, enérgica y de colores llamativos simboliza el resultado de aunar lo distinto para que las partes se sientan representadas.
Y esa es otra de las facetas centrales del líder: hacer visible la singularidad de sus colaboradores, reconocer lo que los une y lo que los diferencia, hacer posible la convivencia y un modelo de relaciones que potencia la complementariedad y la riqueza de lo distinto. Lo fácil y rápido es trabajar con alguien que piensa como nosotros y es como nosotros. Lo rico, adaptativo y con recorrido es trabajar para que todos aporten desde su fortaleza para aumentar las posibilidades de acción y la potencia de los equipos.
E integrar no es fácil. Integrar es huir de la creencia de que nuestro ego en soledad puede con el todo. Integrar es practicar la humildad y entender que necesitamos de otros, distintos, para conseguir nuestros objetivos.
Liderar es dar y recibir
A 500km al sur de Pekín se encuentra uno de los muchos de templos taoístas de China. Se trata del templo Shuanglin en Pingyao y en el que, en una de sus salas, te espera, tranquilamente sentada, la imagen de un particular Buda. De rasgos femeninos, con más de 20 brazos y con multitud de ojos repartidos por su cuerpo y en las palmas de las manos es sin duda un buda especial que sorprende. Y más cuando en las explicaciones recibidas te explican que es el buda de la “misericordia”. Desde luego algo, de entrada, no cuadra. Y me asalta el concepto occidental que he introyectado en el que ser misericorde es igual a ser compasivo, indulgente, benevolente, piadoso o clemente.
Sin embargo, cuando se amplían las explicaciones, descubro que esa imagen de la misericordia transmite algo distinto. Sus múltiples ojos simbolizan la actitud de ver al otro desde múltiples ángulos, de mirarlo atentamente, de escucharlo estando presente, para recibirlo en toda su complitud. Y sus múltiples brazos adornados de diferentes objetos a entregar simbolizan la actitud de dar, de ofrecer lo que el otro necesita. Y a ese conjunto le llaman misericordia. Un nuevo y enriquecido significado y, desde luego, mucho más hermoso.
Liderar es ante todo estar presente para los otros. Y desde esa presencia crear condiciones para asegurar los equilibrios en las relaciones. El equilibrio entre el dar y el recibir del líder, de los colaboradores, de los equipos. No cuidar este equilibrio es fomentar una apropiación de valor por alguna de las partes. Y esas relaciones desequilibradas con los colaboradores (solamente focalizadas en intercambiar tiempo por salario)o con los accionistas (solamente focalizadas en acumular resultados económicos), con los clientes (solamente focalizadas en vender – o “colocar”- sin estar atento a la evolución de sus necesidades) o con los proveedores (solamente focalizadas en apretarles para que den el menor coste) tarde o temprano tendrán un coste.
Liderar es, ante todo, estar presente para los otros cuidando que las relaciones se vivan desde los equilibrios. Y así, desde la calidad de las relaciones, asegurar el largo plazo.
China da para mucho.
Cuidado con la China.
Seguiremos depurando aprendizajes.