Escribo este post desde Santiago de Compostela. Ciudad destino de peregrinos de fe y de caminantes de alma.
Y lo hago metido en el vórtice de una tormenta perfecta. Pero no de una tormenta climatológica, sino de una tormenta metafórica.
Me siento en el centro de una perturbación violenta de mi entorno que se manifiesta en múltiples y variopintos impactos como si de un gran aparato eléctrico se tratara: guerra, inflación, pandemia, crisis…, y no viene sola, sino que se presenta acompañada de fuertes vientos, lluvia y granizo que nos atosiga en remezones emocionales en forma de invasión tecnológica, agenda sobresaturada y derrapante, proyectos fluctuantes, equipos reestructurados, recursos escasos…
Nada nuevo quizás dada la deriva de los últimos tiempos pero, al final de cuentas, una tormenta en toda regla.
Y aquí estamos. En Santiago de Compostela. Un jueves por la noche, cenando con mi equipo.
Caminar bajo la tormenta no es fácil. En cada recta, en cada subida y en cada curva la realidad te invita a abandonar y, como si los vientos te hablaran, escuchas voces que te proponen parar. A cada paso descubres que tus deseos y aspiraciones se van dando de bruces con las necesidades y los momentos particulares de aquéllos que te acompañan o de aquellos para los que trabajas ya sean clientes directos o indirectos. Te das cuenta de que los proyectos en la realidad no son la perfección dibujada en una propuesta. Y, por el rabillo del ojo, captas expresiones sin sentido de los que crees conocer pero siguen siendo un mundo desconocido por explorar. La realidad es, sin duda alguna, más compleja y más tozuda de lo que creemos al empezar el camino.
Pero el camino es para caminarlo. Y quizás acuden a tu memoria Antonio Machado y sus versos: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Porque ante las dificultades del camino, ante sus sombras y vericuetos, sabes responder con capacidad de lucha, tenacidad, insistencia y con un potente caudal de fuerza interior que te hace seguir en el camino. Y descubres que para acceder a toda esa fuerza y poner en juego su perseverancia ese camino debe tener sentido. Sentido porque te llena de energía para avanzar. O sentido porque te ofrece dirección. O sentido porque te da comprensión. Y, para pesar de los que sólo buscan razones, no es por lógica, es por emoción que el sentido se convierte en el único de los destinos.
Y reflexiono en todo esto al llegar al final de una etapa de mi camino que ha durado 25 años. Camino recorrido como parte de un maravilloso equipo que ha sabido entregar su compromiso profesional, trascendiendo incluso a lo vital, para convertirlo en valor para clientes que así lo han reconocido en cada uno de nuestros proyectos.
Y esta noche, en Santiago de Compostela, juntos, alrededor de una mesa, con una copa de buen vino en la mano y a punto de saborear la mejor de las cenas brindamos para CELEBRAR Y AGRADECER por todo ello.
Este año que ya ha comenzado es nuestro año del AGRADECIMIENTO y desde ahí seguiremos trabajando. Como siempre lo hemos hecho. Sin ir a buscar lo que no nos representa. Sin dar pasos hacia lugares que no son nuestros. Sin traicionar nuestra esencia a cambio de tranquilidad. Sin compartir camino con los que no puedan o no quieran reflejarse en nosotros.
Seguiremos haciendo de tramoyistas para que nuestros clientes sigan siendo los verdaderos protagonistas. Este es “nuestro” proyecto y así lo seguiremos conservando. Seguiremos creando condiciones para que la confianza y la cooperación sea el lugar desde el que directivos y equipos construyan sus objetivos y alcancen sus retos de negocio.
En Santiago de Compostela, conscientes de que Finisterre aún está más allá, nos miramos a los ojos y decimos…#Seguimos.