Seguramente lo que primero necesitamos saber es qué es exactamente la Resiliencia, un constructo muy de moda últimamente.
Es un término derivado del latín, del verbo, resilio, resilire que significa «saltar hacia atrás, rebotar»
La Resiliencia es la capacidad que tiene un ser humano para hacer frente a la adversidad, superarla y ser transformado positivamente por ella.
¿Pero cómo puedo saber yo si soy o no Resiliente? Hay 4 factores que nos van a permitir chequear nuestro nivel de Resiliencia (Grotberg, 1995):
- Lo que TENGO: los apoyos externos con los que cuento
- Familia y entorno social estable
- Personas en las que confío y me aportan valores guía
- Ritos y convicciones que me dan sentido
- Lo que SOY: mis fortalezas internas
- Paciente, tranquila, persistente…
- Responsable de mis acciones
- Que me respeto a mi misma
- Optimista, con ilusión, con confianza…
- Cómo ESTOY: qué estoy dispuesto a hacer
- Aceptar los cambios
- Avanzar hacia mis objetivos
- Alimentar una visión positiva de mi mismo
- Cuidarme: prestar atención a mis necesidades
- Qué PUEDO: qué habilidades tengo para poder hacer algo
- Tener sentido del humor
- Manejar mi libertad
- Ser creativa y proactiva
- Relativizar los problemas
- Controlar mis pensamientos e ideas pesimistas
- Buscar el sentido de mi vida
Releyendo estos 4 factores y los elementos que los describen me planteo si he sido resiliente en algún momento en mi vida y qué me ha facilitado serlo.
Ya hace unos cuantos años pasé por una situación personal de pérdida en la que la resiliencia me facilitó el tirar adelante. Perdí a un ser muy querido después de una larga enfermedad. Yo era muy joven, solo 27 años, pero me toco vivirla… y superarla.
Tomando «lo que tengo» me di cuenta de todas las personas de valor que me acompañaron en ese momento. También me di cuenta de los que no lo estaban.
Desde mis «fortalezas internas» pude transitar por esa situación. Enfrentar la enfermedad y aprovechar todos y cada unos de los momentos que tuve con mi padre en esos días. Viví con serenidad e intensidad esos días. Quería acompañarlo al máximo. Era mi decisión.
En ese momento «lo que estaba dispuesta a hacer» me facilitó seguir adelante. Sentir la pérdida, el dolor y también el fin del sufrimiento. No se si debía o no pero sentí alivio por el fin de ese sufrimiento, tanto el mío como el de mi familia. Él ya no estaba pero yo quería y tenía que seguir adelante. Tenía que aceptarlo aunque a veces conectaba con el sentimiento de injusticia «por qué a él», «por qué a mi». Fueron muchos días de angustia, de dolor. Había hecho todo lo que estaba en mis manos durante esos últimos meses y ahora me tenía que cuidar.
Y efectivamente para tirar adelante tenía que comprender «que podía». Evidentemente no me lo podía tomar con sentido del humor pero me permití vivir los momentos posteriores desde la tranquilidad de sentir. Si tenía que reir, reía. Si me apetecía llorar, lloraba. Si me aliviaba cantar, cantaba. Muy a menudo me venía y en algunas ocasiones me sigue viniendo a la mente, el miedo a la enfermedad. Esto sí que lo relativizo. Me hago todos los controles necesarios para estar atenta a mi salud. Solo atenta. No obsesionada.
Así es como yo misma viví un proceso traumático. Tuve que ir adaptándome a las diferentes situaciones y aportar la mejor versión de mi misma en cada una de ellas.
La buena noticia es que la resiliencia no es algo que una persona tenga o no tenga, sino que implica una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar.