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El oficio de acompañante

Es muy habitual que la gente nos pregunte a qué nos dedicamos, y a pesar de saber que somos consultores, insistan en entender qué es eso.

Lo de ser “consultor”, además de poco conocido excepto para los que somos del ramo o para las empresas que están habituadas a contratarnos, todavía hoy en día se presta a equívocos cuando no a interpretaciones peyorativas. Y no nos engañemos, en nombre de la “consultoría” se ha hecho y se hace de todo, y no siempre bien…

Por eso en este post quiero darle un giro a nuestro trabajo. Y es que otra forma de definir lo que hacemos, al menos desde cómo lo entendemos en Solorelatio, es presentarnos como “acompañantes”. Sin duda, presentarnos así también es confuso, y se puede acompañar de muchas maneras y desde muchos lugares…

Pero, en esencia, eso es lo que somos: acompañantes. Acompañamos a personas, equipos y organizaciones en un momento de su vida profesional en la que necesitan a alguien a su lado para desatascar situaciones complejas, reorganizar sus estrategias, resolver conflictos relacionales, entenderse mejor (como individuo y/o como equipo);  definir sus metas a corto, medio y largo plazo…

Acompañamos, a veces, una tramo corto del camino; a veces, la compañía es larga y dura años. En ocasiones, es muy fugaz, pero deja huella…

Acompañar –y compañero-, etimológicamente, proviene del sufijo “con” (derivado en “com”) que significa “junto a” y “pañero” que procede de “pan”. Es decir, el vocablo “acompañar” significa que dos o más personas comparten el mismo pan.

¿Qué bonito, verdad? Nos sentamos a la mesa de nuestros clientes y compartimos metafóricamente el mismo pan, masticamos con ellos sus inquietudes, tomamos parte en sus conversaciones, celebramos sus logros, les apoyamos en los momentos difíciles… Alrededor de esa mesa tejemos relaciones de confianza y cooperación…

Por eso, para nosotros, el oficio de acompañante es un oficio sagrado. Los clientes se abren ante nosotros mostrando toda su vulnerabilidad: sus fortalezas, sus debilidades, sus miedos, su enfado… todo su abanico emocional, en definitiva.  Y nos lo confían para que juntos amasemos y horneemos un nuevo pan con el que seguir caminando, alimentado a la organización, a los equipos, a cada individuo.

No todo el mundo tiene la suerte de tener un trabajo que le apasione, con el que se sienta pleno. Nosotros –hablo por mí, pero también por todo el equipo de Solorelatio, sin ninguna duda- tenemos la suerte de haber encontrado el trabajo que nos hace vivir en congruencia con nuestros valores y nuestro propósito.

Pero no todo es tan fácil como puede parecer. Ser “acompañante” exige haber hecho un trabajo profundo de autoconocimiento con nosotrxs mismxs. Haber conectado con nuestra vulnerabilidad, con nuestras emociones, haber visitado la cara oscura, haber indagado en busca de nuestra identidad profesional… Si no, no podríamos ponernos frente al otro honestamente y mirarle con empatía y compasión, que literalmente significa “sufrir juntos”.(1)

Y así es como el acompañante se construye a sí mismx para poder acompañar a otrxs.

Y aunque haya momentos difíciles, situaciones complejas, días agotadores, agendas imposibles… al final de cada intervención, al despedir a cada equipo, al cerrar cada sesión, siento la gratitud de dedicarme a lo que me dedico: acompañar a personas, sintiéndome honrada por merecer su confianza.

Por eso, GRACIAS a todos nuestros clientes por querer que os acompañemos!

 

(1)Una propuesta que no puedo dejar de recomendar para los “acompañantes” que quieran trabajar en los aspectos mencionados arriba es el taller vivencial “Los 4 Umbrales”, basado en cuatro experiencias de Claudio Drapkin, socio fundador de Solorelatio, y co-dirigido junto a Anna Sabaté directora de Espai Philae.

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