Hace un tiempo escribí sobre el movimiento de la retirada. Me referí a él como el movimiento que nos permite modular la distancia con los otros y reconfigurar los espacios de encuentro. Reconectarnos con nosotros mismos, con nuestra identidad, para conservar lo que nos da sentido y poder sentir la libertad necesaria para abrirnos a lo nuevo. En la retirada vivimos y reordenamos nuestra presencia cuando dejamos un proyecto, salimos de un equipo u organización, abandonamos una situación o dejamos ir una relación. Así restituimos nuestra dignidad y nuestra fuerza para avanzar.
Y al retirarnos abrimos un espacio con el otro, una distancia.
Un espacio que “sentimos” porque antes ha existido mutua contención, aceptación, y comprensión. Porque antes ha habido apego, fusión o vínculo.
No es una distancia vacía. Es un espacio lleno de sustancias. El respeto, los conocimientos, las miradas, los silencios, los recuerdos, las emociones llenan esa distancia. Por ello tiene la fuerza de un atractor. La fuerza que nos impulsa hacia el re-encuentro, a un nuevo acercamiento, a la búsqueda de una nueva intimidad con el otro. Y esto es así porque todo aquello que daba sentido al vínculo sigue impregnándonos y estando presente en nosotros.
Y la tarea es mantenernos en la distancia adecuada. En la distancia óptima, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, para no perdernos y poder conseguir aquello que buscábamos con la retirada. Cuando la retirada ha sido limpia y hemos dejado ir sin reclamar nada, sin sentirnos ni hacer sentir en deuda, nos habremos distanciado desde la mutua libertad. Es entonces cuando estamos a la distancia correcta y nos sentiremos seguros. Podemos permanecer en nuestro lugar.
Esa es la alquimia esencial de las distancias.
…La que existe entre Consultor (o coach) y Cliente, y que permite que el primero acompañe al segundo, que pueda confrontarlo y tensionarlo y, a la vez, apoyarlo para permitir que haya escucha adecuada y la posibilidad de retirarse sin haber generado dependencia.
…La que existe entre Jefe y Colaborador y que permite que el poder sea ejercido desde la autoridad y la confianza y no desde el autoritarismo. La que permite al primero crear sentido haciendo innecesaria la imposición y al segundo desplegar su creatividad y compromiso.
…La que existe entre Profesor y Alumno y que permite al primero motivar el aprendizaje del segundo, despertando su ilusión por el conocimiento y por el desarrollo de todas sus inteligencias. Y lo hace desde la alegría y la conciencia de que existen múltiples posibilidades para que el alumno se apropie de su futuro.
…La que existe entre Médico y Paciente y que permite que el segundo se sienta visto y reconocido como persona integral y no como un simple cuerpo enfermo que hay que curar. Un espacio de comprensión y mirada compasiva y no un terreno para el triunfo del saber científico.
…La que existe entre Padre e Hijo y que permite el abrazo amoroso que es la principal muestra de incondicional aceptación. La aceptación que necesita el hijo para sentirse totalmente amado y protegido, sin ataduras ni condicionamientos, y así tomar el legado que recibe, sea cual sea, diciendo sí, en voz bien alta, a la Vida.
…y la que existe entre Hombre y Mujer y que permite equilibrar la confianza con la libertad. La que hace sentir a dos personas caminando la misma senda sin perder su identidad pero sintiendo la mirada de la ternura, el abrazo de la protección y el beso de la pasión.
Pero también hay distancias vacías. Sin embargo explorar en esos terrenos yermos da para otra profunda reflexión. Será en otra ocasión. Por ahora vayámonos cantando sobre caminos, vínculos y distancias con Mercedes Sosa:
Y así seguimos andando,
Curtidos de soledad.
Nos perdemos por el mundo,
Nos volvemos a encontrar.
Y así nos reconocemos,
Por el lejano mirar,
Por las coplas que mordemos
Semillas de inmensidad.
(…)
Y así seguimos andando,
Curtidos de soledad.
Y en nosotros nuestros muertos
Pa’ que nadie quede atrás.
Yo tengo tantos hermanos
Que no los puedo contar
Y una hermana muy hermosa
Que se llama libertad.