Lo intento parar y no puedo. No quiero darle espacio y me lo come. Es capaz de hacerme pasar de la tranquilidad y la serenidad a la angustia y la ansiedad. Es negativo. Me limita y paraliza. Es el “no podré”, “no sirvo”….es mi diálogo interno…mis creencias limitantes en acción.
Y también hay otro. Un diálogo que me da ánimos, que me fortalece, que me facilita la consecución de mis objetivos y me ayuda a adaptarme a los cambios. Es el “yo puedo”. Es mi diálogo interno positivo…mis creencias potenciadoras en acción.
Cuando me doy cuenta de la presencia de mi diálogo interno me doy cuenta de que es conmigo misma, con la que más hablo. Soy el propio objeto de mis ideas y de mis juicios.
Hay situaciones concretas que me pasan y que me provocan una emoción concreta: me preocupan, me provocan malestar, tensión. En ese momento se me dispara un lenguaje interno. Un autodiálogo que refuerza esa emoción, que la enaltece y la hace extremadamente presente determinando la manera en la que actúo. Cuando la mente habla, el cuerpo escucha y uno actúa de acuerdo a este mensaje…y sí, me doy cuenta de que me bloqueo, soy completamente consciente de ello y no puedo pararlo.
El diálogo que mantengo conmigo misma, de forma constante, es una de las razones que condiciona mi acción y la calidad de mis resultados. Por ello, es fundamental prestar la máxima atención a ese diálogo que estoy manteniendo conmigo misma.
Me doy cuenta de que debo transformar esas emociones antes de seguir: comprenderlas, reconocerlas y aceptarlas. Tengo derecho a sentir lo que siento. No es ni bueno ni malo. Es lo que siento. Si las legitimo las podré cambiar. Cambiar el foco de atención. No intentar “taparlas”. Tomarlas y hacerlas visibles.
La forma en que te comunicas influye en gran medida en la consecución de tus resultados. Por ello, si tu mensaje está enfocado hacia cuestiones negativas, tu estado de ánimo, difícilmente puede ser el adecuado para ejercer las acciones que tus metas necesitan. Así, no sólo no conseguirás enfocar tus acciones hacia tus metas, sino que te distanciará respecto de ellas, y te dará la sensación de que lo que persigues es cada vez más difícil.
Para poder para ese autodiálogo, lo que ayuda es tomar consciencia de cuál es el hecho concreto que está generando este diálogo interno y objetivarlo al máximo. El hacer el esfuerzo por describirlo se desvía claramente la atención y se da pie a que empiece un proceso de regeneración.
Un ejercicio que ayuda a ver qué tipo de diálogo es el que mantienes, es el siguiente: Durante un día registra los mensajes que tú mismo te envías. Registra las ideas que pasan por tu mente, y escríbelas. Registra tus diálogos. Puede ser difícil, pero te será muy útil.
Al final del día, vuelve a leer estos mensajes, y clasifícalos en Inspiradores o en Negativos.
La verdadera potencia de este ejercicio, radica tanto en medir la presencia de los mensajes inspiradores pero sobre todo en la identificación de los mensajes negativos. Identificar este tipo de mensajes te abre la posibilidad de transformar su sentido y su efecto en tus acciones.
Una vez has identificado los mensajes negativos que bombardean tu acción, puedes probar a:
- Separar los hechos de los juicios que haces sobre los hechos: Que Pedro haya elevado la voz al hablar contigo no significa que tú le hayas hecho gritar o que ello significa que esté enfadado…sólo sabes que ha elevado el volumen de su voz, pero no trates de darle un significado sin comprobarlo antes.
- Cuestionar las ideas que quizás te repites de manera inconsciente: Si algo te ha salido mal y piensas que “nunca me sale nada bien, es terrible que siempre me salgan las cosas mal”…pregúntate…¿realmente TODO lo que haces está mal? ¿Nunca, en ninguna ocasión has hecho algo que ha sido bueno para ti o para los demás? ¿En qué sentido es terrible? ¿terrible comparado con qué?
- Probar a reencuadrar los menajes que te manda tu diálogo interno y ampliar tu campo de visión sobre las cosas: Si como padres nos enganchamos y preocupamos en la “tozudez” de nuestros hijos que “siempre” hacen lo mismo, quizás puede ayudarnos resignificar esa tozudez y verla como una virtud que en el futuro quizás le puede ayudar a “perseverar” en la consecución de sus objetivos o en “negarse obtusamente” a las presiones de amigos que lo intenten incitar a comportamiento peligrosos.
En el fondo es preguntarse :
¿Este diálogo interno me ayuda a proteger y cuidar mi vida personal?
¿Me ayuda a alcanzar mis retos profesionales?
¿Me ayuda a resolver mis conflictos con otras personas?
¿Me ayuda a sentirme como yo quiero sentirme?
A medida que vayas manejando tu flexibilidad ante el diálogo interno negativo, irás tomando consciencia de cómo mejora la manera en que te comunicas contigo mismo y qué hacer para cambiar ese patrón comunicativo.
Y en cada paso irás ganando cuidado, satisfacción y poder en tu vida personal y profesional.