No hace tantos años… quizá 15… inicio del siglo XXI. Estábamos configurando lo que ahora es SOLO Consultores, en Can Barrina. Y surgió la discusión sobre cómo queríamos posicionarnos antes los clientes.
Ya entonces creíamos firmemente que las personas somos seres emocionales. Que la emoción está presente en todo lo que somos y todo lo que hacemos. Que aquello que todos habíamos dicho y repetido –mea culpa– de “cuando vas hacia la oficina, los problemas los dejas en casa” era no sólo un absurdo sino un imposible… y algo claramente contraproducente para la persona y por tanto para la organización…
Sin embargo, había cierto miedo entre los miembros del equipo: “¿Podemos hablar de emociones en las empresas? ¿Verbos como “amar”, “querer”, “sentir” tienen cabida en una organización? ¿No pareceremos “flower power” si introducimos estos conceptos? ¿Creerán que no estamos en contacto con la realidad???” Sentíamos que no era así.
Y superando nuestros propios prejuicios, el vértice de la emoción se colocó en la cúspide de nuestro marco de trabajo:
El tiempo nos ha dado la razón. En estos años, los avances en el estudio de las emociones y la luz arrojada por la neurociencia en este campo suponen una constante llamada de atención a despertar al mundo emocional, tanto en los ámbitos académicos como empresariales.
En estos últimos meses he leído y archivado un gran número de artículos que relacionan la emoción con el aprendizaje (o con la creatividad), con la capacidad para comunicar eficazmente o que miden cómo las emociones positivas nos hacen ser más productivos en el trabajo. Rescato el titular de algunos de ellos:
“El cerebro necesita emocionarse para aprender” es la conclusión a las que llegan tanto investigadores del MIT como J.R. Gamo, director del Máster en Neurodidáctica de la Universidad Rey Juan Carlos.
“La neurociencia demuestra que el elemento esencial en el aprendizaje es la emoción” es el título de un artículo que presenta el libro de Francisco Mora Neuroeducación, y que tiene por subtítulo “Sólo se aprende aquello que se ama”.
El artículo titulado “En auge las empresas que miden la felicidad de sus empleados” afirma que los trabajadores optimistas, creativos, flexibles y empáticos son más productivos…
En el ámbito de la comunicación en público, podríamos citar muchas frases, pero el concepto está claro: Comunican las emociones, no las palabras (hemos hablado de ello largamente en nuestros posts sobre Presentaciones en Público).
Otro indicador de que las emociones han llegado para quedarse es la exitosa película (para niños??) Inside Out que acerca la comprensión y la utilidad de las llamadas “emociones básicas” tanto a niños como a adultos (ver post sobre el tema).
De hecho, nosotros hemos utilizado secuencias de esa película en proyectos con empresas. Y es que cada vez hay más empresas que entienden que trabajar la conciencia emocional es absolutamente necesario para tener trabajadores felices, productivos y sanos física, mental y espiritualmente.
Las aportaciones de los Punset también nos ilustran constantemente sobres este tema. Os invito a buscar en youtube el link “El contagio de las emociones” de Elsa Punset…
En conclusión, las emociones tienen un lugar predominante en nuestras vidas y, por tanto, en nuestras organizaciones. Evidentemente la expresión emocional se adapta a cada época y a cada entorno. En el centro de trabajo del siglo XXI, las emociones han de servirnos para aclarar las intenciones, para consolidar los vínculos de apoyo en el trabajo de equipo, para motivar, para vivir en congruencia con nosotros mismos y, lo que no es menos importante, para aportar un significado personal a las horas que dedicamos a nuestra jornada de trabajo.
Pero no caigamos en la ley del péndulo… Hay que rescatar las emociones, que han estado muy olvidadas y postergadas, sin desdeñar el uso de la razón, que también aporta muchos frutos en la vida y en el trabajo…
Busquemos la complementariedad razón-emoción y aprovechemos todo el potencial que como seres humanos tenemos!!!