Los cambios nos cuestan. Especialmente si no son iniciativa nuestra. Y es que cambiar requiere de energía y esfuerzo.
Pero, ¿por qué nos cuestan los cambios?
Desde la neurociencia podemos entender mejor qué ocurre en nuestro cerebro frente al cambio, y, esencialmente, es que no le gusta. El cerebro tiene sus propias prioridades, que fundamentalmente son dos:
En ocasiones, esto puede ocasionar una respuesta de rechazo que leemos generalmente como resistencia.
- Mantenernos vivos, “la supervivencia”
- Economizar energía, por lo que prefiere mantener rutinas. Cuando surge un cambio, el cerebro comienza automáticamente a comparar con lo ya conocido, gastando energía. El cerebro prefiere ir en piloto automático sin ese coste energético. Por eso automatiza todo lo que puede creando los “hábitos”
Esto sucede porque en nuestro Sistema Nervioso Central (SNC)1 hay estructuras que rechazan el cambio. Una de ellas, por ejemplo, es el tronco cerebral, que aparece por primera vez en los reptiles. Dentro del tronco cerebral, formando parte de este sistema reptiliano, están los llamados ganglios de la base. Allí están las conductas que hemos aprendido y, una de sus características es que tiene neofobia, es decir, miedo a lo nuevo. Éste es un factor neto de resistencia al cambio.
Se calcula que en torno al 40% de las cosas que hacemos en nuestro día a día son hábitos.
El impacto de esto lo observamos en conductas individuales y empresariales. Un ejemplo de ello es una investigación realizada en Canadá para saber por qué el ancho de los raíles era de 4 pies y 8’5 pulgadas (1,41 metros). Se descubrió que Canadá tenía ese sistema porque lo había copiado de los Estados Unidos y, éstos, de Inglaterra. Los ingleses lo idearon así porque era el ancho de los antiguos tranvías de Londres. Luego se descubrió que los tranvías habían heredado las dimensiones de los antiguos caminos forestales ingleses, que, a su vez, habían sido diseñados para que entraran las antiguas carretas inglesas. Su tamaño había sido decidido por los antiguos romanos cuando invadieron Britania! Así se descubrió que el ancho de 1,41 metros se había decidido en tiempos del nacimiento de Cristo por una simple razón: era el tamaño de dos traseros de caballo. Y por eso, 21 siglos después, decenas de países usan este ancho porque nadie se detuvo a pensar y a decir: “Cambiemos!”.
Más allá de que este sea el motivo real de la distancia entre los raíles o no, es un ejemplo que nos muestra cómo acostumbramos a actuar en la mayoría de las situaciones.
Aparecen resistencias a los cambios porque la neofobia, que podríamos definir como un kit evolutivo, nos sirvió para sobrevivir. El problema es que estamos viviendo en un medio ambiente muy diferente al que había en el paleolítico, que fue cuando surgió esta estructura. En esos tiempos ancestrales no había muchos cambios: el hombre salía de la caverna, el enemigo siempre era el león y la necesidad era tener agua y alimento. El cuerpo estaba preparado y respondía a esa amenaza. Pero vivimos tiempos de cambios permanentes y este miedo no es tan adaptativo, en especial en las empresas. Ahora los cambios son constantes y el cerebro no ha tenido tiempo para adaptarse. Desde la segunda Guerra Mundial se ha ido incrementando la velocidad del cambio y la tecnología ha fomentado cambios permanentes.
La ansiedad y el estrés son la punta del iceberg de la respuesta de un organismo que no está preparado para tener un cambio permanente.
Afortunadamente, dada la neuroplasticidad de nuestro cerebro, las personas pueden adaptarse a los cambios, aprender… especialmente si quieren hacerlo.
Cambio = aprendizaje
Para adaptarse al cambio, el cerebro necesita aprender algo nuevo y podemos ayudarlo a hacerlo si:
- adoptamos hábitos saludables,
- ejercitamos el intelecto
- hacemos descansos frecuentes en momentos de mucho estrés y fatiga.
Para el cerebro “aprender” significa crear nuevas conexiones que conduzcan a una nueva red neuronal. Igual que cuando una empresa lanza un nuevo producto, debemos asegurarnos de que el cerebro tenga todos los recursos que necesita para aprender.
Los estudios muestran que hacer ejercicio produce factores de crecimiento nervioso; el sueño y una buena alimentación posibilitan la consolidación del aprendizaje. Y buscar nuevos puntos de vista, ideas y perspectivas ayuda a ejercitar el cerebro y tener agilidad cognitiva.
Hemos visto que el cambio es un esfuerzo para el cerebro por lo que se cansa rápidamente. Por eso conviene seguir estas pautas: descansa al menos cada hora o cuando te sientas cansadx y estresadzx. Múevete, cambia de tarea o deja que divague tu mente. Cuantas veces nos ha llegado la inspiración o la idea cuando nos hemos tomado un descanso!
Y ten presente que es imposible mantener un pensamiento negativo y un pensamiento positivo en el cerebro al mismo tiempo. Las emociones que vivimos como negativas perjudican al pensamiento, la memoria, la creatividad y dificultan tener una perspectiva estratégica, mientras que las emociones que vivimos como positivas mejoran estas capacidades cerebrales. Por ello es importante preparar tu cerebro para abordar el cambio. Tu cerebro te recompensará con un rápido aprendizaje y crecimiento y, ocasionalmente, con un momento de brillantez.
Y una vez listo para aprender, aquí hay cuatro consejos para dominar nuevos hábitos:
- Enfócate. Desarrolla una o dos habilidades nuevas a la vez.
- Nombra el resultado. Sé específico sobre lo que quieres lograr.
- Encuentra recursos. Formación, ayuda o apoyo de alguien del equipo.
- Hazlo público. Compártelo con un compañerx o únete a una comunidad de aprendizaje. Hacernos responsables ante otras personas ayuda a conseguir los objetivos.
- R. Rosler, Médico neurocirujano. Autor y coautor de más de 40 publicaciones científicas. Profesor y Director académico de diferentes programas educativos. ↩︎