Septiembre. Vuelta a la rutina para la mayoría. Pero este año es diferente. Aún tenemos en la piel y en el corazón la rabia, enfado, miedo y tristeza por el atentado terrorista del 17 de agosto. Y además estamos en un momento crítico para Catalunya. Es un mes de esperanza para unos e insólito para otros.
A estos dos momentos suficientemente importantes y transcendentes se suma la complejidad del entorno.
Perdidos, así es como nos sentimos ante todo lo que nos rodea. Son tantas las novedades, información y velocidad de los cambios que la incertidumbre nos atenaza. Da igual si hablamos de personas o si hablamos de organizaciones o sociedades. La sensación es la misma. No somos conscientes todo el tiempo o no lo reconocemos abiertamente pero esa es la sensación en la mayoría de los casos.
En ésta última década la incertidumbre, que siempre ha estado presente en nuestras vidas, se ha multiplicado exponencialmente haciendo que nos reinventemos para seguir estando. Y al reinventarnos, o al menos al intentarlo, modificamos o cambiamos comportamientos, decisiones, gustos y prioridades que a su vez genera incertidumbre en los que nos rodean. Es un ciclo constante que se va retroalimentando. Y aparece la ansiedad ante no saber si sabremos dar respuesta a lo que cada día la vida nos pone delante.
Esta inestabilidad se produce en la era del conocimiento, de la innovación, de la adaptabilidad y de la anticipación. Esos son los retos. Y pensamos, bien! Si pasa por ser más innovadores y adaptables pues nos reinventaremos, seremos menos estructurados, más permeables, más flexibles para que cada vez que oigamos una noticia, abramos el correo o nos pidan algo no juzguemos inmediatamente, estemos dispuestos a valorar por un momento lo que nos están diciendo y nos descubramos a nosotros mismos gestionando las inseguridades internas y externas. Todo ello, eso sí, dirigido a conseguir anticiparnos a los acontecimientos. No demasiado. Lo suficiente para no sentir que estamos fuera de la partida. Que somos válidos.
Cómo conseguirlo si nos descubrimos haciendo más de lo mismo. Aplicamos las mismas fórmulas ya conocidas esperando que sirvan en situaciones absolutamente distintas. Si queremos innovar no podemos pretender controlar todos los procesos y registros como hasta ahora. Si la mayoría de los niños de hoy trabajarán en un futuro en profesiones que no están inventadas. Si el cliente, que somos nosotros para los demás, cambia constantemente. Si el mercado muta y su globalidad nos sobrepasa. ¿Cómo dar respuesta a lo desconocido?
Ante el miedo buscamos seguridad y entonces replicamos viejos patrones de comportamiento sin darnos cuenta que muchos de ellos ya no nos son útiles.
Ante tanta complejidad parece que la solución deba ser igualmente compleja y seguramente la solución es mucho más sencilla. Más sencilla y más cercana. Lo que no significa que sea fácil.
La respuesta no está fuera. Nadie nos la pueda dar simplemente porque no la conoce. Actualmente hay muy pocas certezas. Así que la respuesta está en nosotros. Y eso, lejos de tranquilizarnos nos
abre a lo desconocido. Porque no hemos aprendido a hacerlo.
Cada vez estoy más convencida de que la solución pasa por:
- Dejar ir
- Escucharnos y conocernos
- Confiar en nosotros y en los demás
Los tres aspectos están fuertemente interrelacionados. Y los tres tienen que ver con desaprender muchas de las cosas que nos han permitido llegar a donde estamos pero que ahora debemos dejar ir. Soltar. Como todo duelo puede ser un proceso doloroso. No es fácil soltar ideas,
conocimientos, juicios, métodos de trabajo, relaciones … para replanteárnoslos de nuevo.
No nos han/hemos preparado para conocernos. No sabemos escucharnos. Por escucharnos me refiero a identificar y reconocer las emociones que experimentamos, qué información nos están dando, analizar nuestro diálogo interno y observar nuestro comportamiento ante las situaciones.
En este proceso hace falta humildad, para escuchar al otro y reconocer que puede tener razón y que quizás ya no sirva lo que “siempre se ha hecho así”. Transitar por este camino nos conecta con nuestra vulnerabilidad. Nos hace mirarla de frente y sostener ese momento. Sabernos y
sentirnos vulnerables es ponernos al borde de lo desconocido. Y la gestión de eso pasa por confiar.
La confianza entre las personas es un acto consciente y voluntario. Porque confiar es también asumir un riesgo aunque podemos reducir ese riesgo buscando ciertos pilares que, según Echeverria (1), ayudan a sustentarla.
- Sinceridad: confiamos en que lo que dicen otras personas es cierto
- Competencia: confiamos en que quien nos habla sabe hacer lo que dice que sabe hacer
- Responsabilidad: confiamos en aquellas personas que hacen lo que tienen que hacer.
A estos tres en SOLO Consultores (2) creemos que es importante añadir otros dos que también nos ayudan a confiar:
- Reciprocidad: depositamos nuestra confianza en el otro cuando vemos que no nos defrauda y cuando, a la vez, nos sentimos depositarios de su confianza.
- Capacidad de pedir perdón y perdonar. Una manera de restituir la confianza cuando se rompe es a través del perdón.
Que podamos afrontarlo con éxito dependerá de lo que confiemos en nosotros mismos y en los demás.
(1) R.Echeverría (2001): La empresa emergente, la confianza y los desafíos de la transformación. Granica. Barcelona
(2) E.Díaz, C.Drapkin, M.García y N. Povill (2007): La Empresa Total. Profit editorial. Barcelona