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Lo que la Fórmula 1 enseña sobre liderazgo, confianza y trabajo en equipo

Hace unos 20 años, en 2005, mi mamá trabajaba como Manager de Publicidad, Eventos y Comunicación Corporativa en una empresa paraguaya llamada Rieder & Cía., que representa marcas como Siemens, Volvo y Renault. En ese tiempo, Renault tenía en su escudería a Fernando Alonso, el piloto español que se convirtió en el campeón más joven de la historia, logrando vencer a Michael Schumacher en uno de los momentos más fuertes de Ferrari.

Para mi mamá, su trabajo era mucho más que solo gestionar las comunicaciones de prensa que salían en los diarios paraguayos sobre las carreras de Fernando. La veía entusiasmada cada fin de semana en que se disputaba un Gran Premio, incluso si eso implicaba despertarse a las 3:00 a.m. para seguir las carreras en directo desde el otro lado del mundo. En la cocina de casa había un calendario con las fechas de cada carrera, que se respetaba rigurosamente, y los domingos la escuchaba conversar con mi papá —otro gran aficionado, pero él sí de motores— repasando en detalle todo lo ocurrido ese día. Ella estaba desarrollando una pasión que trascendía el deporte y su profesión, aunque yo no entendía muy bien por qué… hasta ahora.

El año pasado me sumergí muy tímidamente en el mundo de la Fórmula 1: primero con la serie Drive to Survive, después con la miniserie de Senna y recientemente con la película de F1. Ahí empecé a entender qué era eso que realmente le gustaba a mi mamá de cada carrera de domingo y que me llevó a tener mi propio calendario en casa.

No soy experta en motores, pero cada vez disfruto más ver cómo, detrás de cada carrera, hay mucha entrega, preparación y, sobre todo, trabajo en equipo. Porque más allá de la velocidad y la estrategia, la Fórmula 1 es una clase magistral de liderazgo y sobre cómo se construye —y se sostiene— un equipo de alto desempeño en contextos de alta exigencia.

Todo eso me ayudó a comprender con más profundidad lo que abordamos en Solorelatio: la calidad de las relaciones, la confianza, el liderazgo y la adaptabilidad organizacional.

Como en un pit stop: lo que realmente sostiene a un equipo

Una de las escenas más impresionantes –y de mis favoritas- de la Fórmula 1 ocurre en boxes. En menos de tres segundos, el auto se detiene, cambia neumáticos, se ajusta y vuelve a pista. Parece automático, pero detrás de ese instante hay una coreografía de precisión absoluta, donde cada miembro del equipo sabe exactamente qué hacer, cuándo y cómo. Y, sobre todo: confía en que los demás también lo harán.

En las organizaciones, el “trabajo en boxes” ocurre todo el tiempo. Son esos momentos de revisión, de ajustes rápidos, de decisiones bajo presión. Y para que funcionen, no basta con tener buenos recursos: se necesita confianza, claridad en los roles y una forma de relacionarse que no se quiebre cuando hay que reaccionar.

Nosotros lo trabajamos a través del Modelo de Valor Total, que articula tres elementos clave para que los equipos funcionen como ese pit stop:

  • El Valor Económico, porque hay que seguir en carrera. Y porque lo que define principalmente a un equipo es la excelencia operativa con la que define y alcanza el propósito y objetivos que le dan sentido.
  • El Valor Relacional. Por un lado, la confianza, porque sin ella no hay coordinación real y, por otro la Calidad de las Relaciones, porque las conversaciones fluidas y “limpias” son la herramienta de ajuste.
  • Y la Capacidad de Adaptación, porque cada curva exige una respuesta nueva.

Cuando estas palancas están integradas, el equipo puede detenerse, afinar lo necesario y volver a acelerar. Juntos.

Las organizaciones, como las escuderías, se construyen cuidando de las relaciones profesionales

Cuando se piensa en un equipo de Fórmula 1, es común imaginar al piloto como protagonista absoluto. De hecho, es la cara más visible del equipo y tendemos a pensar que el éxito depende únicamente de su performance durante la carrera. Pero quien sigue este deporte sabe que cada victoria es el resultado de una red de relaciones que funcionan con precisión quirúrgica: ingenieros, estrategas, mecánicos, analistas, directores de equipo y muchas veces hasta meteorólogos. Cada rol aporta, es necesario y está interconectado. Sin embargo, lo que realmente convierte a un equipo en competitivo es el nivel de confianza y sincronía que logran construir.

La idea de que las relaciones no son un accesorio en las organizaciones, sino uno de sus principales motores

Se pueden tener procesos optimizados, objetivos claros y recursos disponibles, pero sin relaciones de calidad, los equipos se desgastan. En el paddock de la F1 no hay lugar para vínculos frágiles. Las decisiones se toman en milisegundos, y el lenguaje debe ser directo, confiable y emocionalmente inteligente. Lo mismo ocurre en las empresas que buscan evolucionar: el lenguaje organizacional no puede permitirse el lujo de ser ambiguo o desconectado de las personas.

El éxito individual depende del éxito colectivo

Desde la mirada de Solorelatio, la confianza actúa como base: sostiene y da seguridad al sistema. Y es la cooperación la que permite crear posibilidades y resultados, tanto en el presente como hacia el futuro.

La cooperación, entre otros elementos, implica una interdependencia consciente, donde cada persona entiende que sus decisiones y acciones influyen directamente en el desempeño colectivo. Es generar valor de forma conjunta, alineando intenciones, compartiendo información de forma transparente y actuando con responsabilidad mutua.

En F1, si un ingeniero no coopera con el piloto, o si los datos no fluyen con claridad entre los analistas y el estratega, se pierde ventaja. Lo mismo pasa en una organización: sin cooperación activa, la confianza se diluye y los resultados se estancan. Cooperar no es solo sumar esfuerzos, es multiplicar capacidades y oportunidades.

Liderazgo que posibilita, no que impone

Cuando se mira con atención cómo lideran los equipos en este deporte, aparece un patrón interesante: las figuras que más respeto generan no son necesariamente las más visibles, sino las que saben leer el momento, contener la presión del entorno y permitir que su equipo funcione con autonomía y propósito.

Este tipo de liderazgo se alinea a lo que nosotros llamamos liderazgo total. Un liderazgo que no se centra solo en los resultados, sino en generar condiciones para que el equipo se desarrolle, confíe y se adapte. Es un liderazgo que se expresa en decisiones que cuidan el vínculo, en la forma de estar presente y en cómo se conectan las conversaciones con la visión compartida.

En las organizaciones, esto se traduce en líderes que no monopolizan la palabra, que escuchan activamente, que están dispuestos a revisar sus decisiones y que cuidan el vínculo incluso en medio de la presión.

El poder de adaptarse en entornos exigentes

Una escudería no se convierte en campeona solo por tener un piloto talentoso o un monoplaza veloz. Lo que marca la diferencia es la capacidad de ajustar en tiempo real. Un fallo técnico, un cambio climático o una estrategia rival pueden cambiarlo todo. Y lo que permite reaccionar de forma efectiva es la coherencia entre las personas y la forma de trabajar juntas.

En las organizaciones, como en la F1, la visión se traduce en la capacidad de adaptación: revisar cómo estamos trabajando juntos, cómo nos comunicamos y cómo respondemos cuando lo planeado ya no aplica. Después de una carrera o una sesión de entrenamientos, los pilotos y el equipo técnico se reúnen para analizar cómo fue todo: el rendimiento del auto, las decisiones estratégicas, condiciones de pista, posibles mejoras, etc. Conversan, se escuchan y confían en que cada persona que forma parte del equipo hará lo mejor posible para mejorar o mantener la performance deseada.

Cuando las relaciones no están preparadas para adaptarse, incluso los procesos más afinados se vuelven rígidos. La evolución no se bloquea por falta de ideas, sino por falta de conversación.

¿Qué tipo de equipo estamos siendo?

Hay escuderías que corren sin hablarse, otras que se sostienen en dinámicas frágiles, y algunas que consiguen armonizar resultado y vínculo. Estas últimas son las que inspiran, no por ser perfectas, sino por ser conscientes de que liderar no es controlar, sino posibilitar y confiar.

En el mundo organizacional, los desafíos no son tan distintos a los que enfrenta una escudería: escenarios inciertos, toma de decisiones rápida, presión de resultados y necesidad de innovar sin romper el equipo. La diferencia está en cómo se enfrentan esos desafíos.

Construir relaciones que permitan avanzar juntos

Una empresa que invierte en construir confianza y cooperación, en revisar la calidad de las relaciones y en fortalecer la capacidad de adaptación, tiene muchas más posibilidades de sostenerse y evolucionar. Lo vemos cada día trabajando con equipos que, más allá de sus KPIs, se preguntan: ¿Cómo nos estamos hablando? ¿Qué tipo de cultura estamos generando? ¿Estamos escuchando de verdad?

La Fórmula 1 nos muestra que no hay éxito sin coordinación. Que el liderazgo que inspira no es el que más ordena, sino el que más confía. Y que incluso en los entornos más exigentes, las personas siguen siendo el diferencial competitivo más importante.

Porque, en definitiva, no se trata solo de llegar a la meta. Se trata de hacerlo juntos, con vínculos que no se desintegren en la curva, con palabras que impulsen en lugar de frenar, y con la conciencia de que correr bien también implica construir confianza, adaptarse juntos y sostener lo que nos hace equipo.

Quizás este sea un buen momento para parar, observar y preguntarnos:

¿Qué tipo de equipo estamos siendo… y qué tipo de equipo queremos llegar a ser?

Muchas de estas ideas conectan con nuestro trabajo cotidiano en Solorelatio, como en el de mi mamá.

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