Se llama Sofia, tiene tres años y ha sido reconocida como ciudadana de los Emiratos Árabes.
Se llama Duplex, tiene meses de vida y es capaz de hacer reservas en un restaurant o en una peluquería sin problemas.
Se llama Handle, acaba de alcanzar el año de vida y puede moverse casi como un bailarín o skater.
Y ellos son sólo el principio.
Quizás ya los conoces, pero si no te los presento: Sofía es un androide desarrollado por Hanson Robotics; Duplex un algoritmo de inteligencia artificial desarrollado por Google, y Handle un robot casi atlético creado por Boston Dynamics.
Hace ya 20 años, o sea una eternidad en los tiempos acelerados que vivimos, las hermanas Wachowski (en esa época hermanos) escribieron y dirigieron Matrix, la primera película de su famosa trilogía de ciencia ficción. Y ya entonces plantearon un escenario en el que la singularidad tecnológica se había alcanzado. La inteligencia artificial, los androides y los robots dominaban el mundo habiendo superado vastamente las capacidades del hombre. En ese contexto discurre una famosa escena en la que Neo, el protagonista, debía resolver el dilema que le planteaba Morfeo[1], el guía y guardián de la puerta que daba paso a una nueva verdad, en forma de dos pastillas. La pastilla azul le daba la oportunidad de seguir adelante sin cuestionarse la realidad que estaba viviendo, dando por supuesta su conformidad con la linealidad de su vida cotidiana.
Y la pastilla roja le daba la posibilidad de abrir su comprensión a una dimensión más amplia de la complejidad que lo envolvía, a una dimensión que de entrada no se puede explicar, pero que se sabe que está ahí. Este era el que podríamos llamar el dilema de Morfeo.
La aparición de Sofia, Duplex y Handle, es una muestra de que, una vez más, la realidad ha superado a la ficción. Y son sólo tres ejemplos de una lista interminable de desarrollos tecnológicos que ya están entre nosotros y que cada día ponen a prueba nuestra capacidad de comprensión y absorción. El dilema de Morfeo queramos o no, hoy nos inquiere a todos.
Los retos que enfrentamos no son solo de magnitud y complejidad, además son de inmediatez. La exponencialidad del impacto de la tecnología es uno de los grandes retos. La necesidad de adaptarnos a cambios que han tardado 10 años en llegar ahora se multiplica porque los cambios de los próximos 3 años serán aún de mayor nivel.
La complejidad del momentum es poliédrica, multinivel, pluridisciplinar, caótica, ambigua… impredecible! Y ya emergen posicionamientos filosóficos intentando manejarla.
Los llamados posthumanismo y el datísmo, recogidos en los postulados del Homo Deus de Yuval Noah Harari, defienden por un lado que el uso de la tecnología puede potenciar al máximo las capacidades del hombre y, por tanto, llevarlo a poder decidir sobre toda su existencia (superinteligencia, superlongevidad y superbienestar) y, por otro , que el “universo se reduce a un incesante flujo de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos”[2].
De esta manera toman un protagonismo central los “algoritmos” ya que estos podrían reducir la complejidad analizando y procesando ingentes volúmenes de datos (Big Data) para tomar las mejores decisiones y transformarlos en acciones eficientes y eficaces. Una verdad aplastante: en eficiencia y eficacia un humano nunca podrá competir con una máquina. Y unas consecuencias demoledoras: la previsión que estima que, en estos momentos, un 60% de las ocupaciones son un 30% automatizables o que, en el año 2025, la tecnología podría sustituir a 250 millones de trabajadores en el mundo.
En paralelo, el humanismo avanzado reconoce el impacto positivo de la tecnología pero lo pone al servicio de la integración con las capacidades del hombre y cuidando la esencia de la vida del hombre. Como afirma Albert Cortina[3], uno de sus defensores: “los logros del progreso científico-técnico son legítimos en lo que respecta a la mitigación del sufrimiento humano (…) así como auspiciar ciertas capacidades humanas siempre y cuando se posea certeza de que las intervenciones destinadas a este fin no comprometen otros bienes y valores, no se imponen coercitivamente y no implican riesgos mayores que los beneficios potenciales”.
Dos miradas y dos respuestas para una misma pregunta y que sólo son el paraguas sobre el que se esconden un sinfín de preguntas pero que necesitarán, tarde o temprano, respuestas concretas. Aquí solo unos cuantas:
- ¿Cómo, quién y dónde se definirán las condiciones de partida y los límites de lo que es posible y de lo que no, que se informarán a los algoritmos de IA, para que tomen sus decisiones autónomamente cuando se pongan en marcha?
- ¿Cómo, quién y dónde podrá crear vida sintética a partir del diseño de ADN convirtiéndose de facto en un semidiós?
- ¿Cómo viviremos la ética y la moral en las nuevas relaciones que se configuran: hombre-hombre, hombre-máquina, máquina-máquina?
- ¿Cómo y quién decidirá sobre la educación de los hombres del mañana?
- ¿Cuán preparados estamos para responder al reto desde nuestra identidad personal y profesional? ¿Quiénes somos, cuál es nuestro propósito y qué nos hace únicos para poder transitar por este momento de manera consistente en competencia con la tecnología y no caer derrotados por la magnitud de su poder?
- ¿Qué tratamiento legal tendrán los robots, los algoritmos, las maquinas?
- ¿…?
Y en este contexto, ¿qué rol jugaran los directivos? No sólo como sujetos pasivos de la necesidad imperativa de adaptarse o desaparecer, si no como activos actores que con sus decisiones marcarán un modelo u otro de comprender su realidad, su finalidad y la forma de hacer y gobernarse. Ellos también han de enfrentarse al dilema.
Puede que vean el reto como una oportunidad más de hacer un buen “business as usual”. ¿Cómo dejar de aprovechar las ganancias que se derivan de una eficiencia y una eficacia sin límites?
O pueden dar un paso en otra dirección. Pueden hacer evolucionar la manera en que comprenden su realidad organizacional, sus modelos de negocios y la manera en que entienden el éxito, empezando a mirar de manera sistémica e introduciendo el necesario principio de equilibrio entre el valor económico que crean y el valor relacional que han generado ineludiblemente en su accionar con todos los stakeholders con los que se relacionan.
Y volviendo Morfeo quizás hemos de aceptar que hoy su dilema ya no existe, porque se ha disuelto. Tomemos la pastilla que tomemos, no podemos evitar transitar por el reto, no podemos retrasarlo, no podemos negarlo, no podemos postergarlo. Y por eso las palabras pronunciadas por Morfeo una vez ha puesto las pastillas delante de Neo cobran, ahora, una fuerza arrolladora:
- “Recuerda, lo único que te ofrezco es la verdad, nada más”
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[1] Interesante guiño el del significado mitológico de los nombres de los personajes: Neo (lo nuevo, o el hombre nuevo) y Morfeo (el Dios griego defenestrado por revelar verdades supuestamente vedadas a los hombres) El hombre nuevo frente a una verdad que puede superarlo.
[2] “Humanismo Avanzado”. Albert Cortina. Ed. Teconte, pag 53
[3] “Humanismo Avanzado”. Albert Cortina. Ed. Teconte, pag 65