Con frecuencia, entre nuestras metodologías de trabajo utilizamos unas fotos para que cada persona busque con cuál se identifica metafóricamente de acuerdo a la pregunta que lanzamos.
La pregunta suele ser muy sencilla: “Cómo me veo yo en este equipo”. Estamos acostumbrados a que las fotos revelen respuestas muy diversas, pero nunca hasta hace quince días había encontrado una respuesta general tan impactante: las fotos escogidas por una parte importante del equipo hablaban de MUCHA SOLEDAD…
Se trata de un equipo de Dirección ampliado al que estoy acompañando para poder reconstruir la confianza rota y la pérdida de ilusión y esperanza en el proyecto debido a un comportamiento corrupto por parte del antiguo gerente de la entidad.
En este equipo, y en relación al ex gerente, había vínculos no sólo de amistad sino también lazos familiares muy fuertes, lo que hace aún más difícil el posicionamiento emocional en relación al suceso.
Pero lo que se está evidenciando es que el no saber cómo afrontar este conflicto, el creer que una conducta de “no hacer” podía ser lo mejor para todos ha llevado a una situación en la que todo el mundo ha salido perdiendo.
Tras haber preparado el terreno para que pudieran ser dichas y expresadas las inevitablemente diferentes versiones de lo ocurrido y la vivencia emocional de cada persona afectada, lo que más resonó en todos nosotros, y me incluyo desde el rol de acompañante del proceso, fue el gran sufrimiento que había en los relatos, y como este dolor se había acentuado muchísimo al vivirlo en soledad. Citando a Buda, “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”.
Y eso es lo que ocurrió. Dolor hubiera habido seguro, la situación ya era dolorosa. Los vínculos tan estrechos la hacían más dura todavía. Pero no tendrían por qué haberse sentido tan solos, tan desconectados unos de otros, tan perdidos.
Cuando un equipo es capaz de afrontar una situación tan difícil juntos, cuando pueden reconocer y gestionar la rabia y la tristeza, cuando el propio equipo es capaz de contener y acoger este dolor, el sufrimiento sí puede ser mucho menor.
El dolor sufrido en silencio es infinitamente más doloroso que el dolor compartido; el saber que los demás están sufriendo también, nos ayuda a aliviar el sufrimiento. Y nos une.
Ahora están haciendo un trabajo tremendamente valiente para reparar el daño que se han hecho entre ellos sin quererlo. Un trabajo honesto y sincero movido en gran medida también por el sentido profundo que les aporta la organización en la que trabajan. Están siendo capaces de perdonar y perdonarse (escribí un Post, “Sobre el perdón”, tiempo atrás que encaja perfectamente en esta situación); y están queriendo volver a confiar unos en otros.
Uno de los participantes que acaba de llegar a este equipo y que está aportando desde fuera una mirada llena de esperanza y optimismo, quiso compartir con todos al final de la sesión lo que es el “Kintsugi” (también llamado Kintsukuroi) mostrándonos una taza que tenía “reparada” con esta técnica: se trata de una antigua técnica japonesa mediante la cual se reparan objetos de cerámica, con un barniz de resina del árbol de la laca rociado con polvo de oro. Es decir, es el arte de arreglar lo que se ha roto con un metal precioso que le otorga un valor mayor al que tenía originalmente la pieza. Kintsugi, traducido, significa algo así como «reparación con oro». La filosofía que conlleva este arte es que lo que tal vez nos parezca destruido o sin ningún valor, puede transformarse en algo aún más hermoso y valioso, capaz de inspirar sentimientos más profundos que antes.
Hubiera sido deseable que este equipo hubiera podido compartir su soledad y haber disminuido su sufrimiento… Pero con todo, y como nadie puede cambiar el pasado, estoy convencida de que este equipo logrará su “Kintsugi”… El hilo de oro para volver a unirlos es la reconciliación y el perdón; la comprensión y la compasión, el deseo de seguir trabajando en un proyecto que busca un mundo mejor… y la propia bondad de sus corazones.