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¿Coach o Mentora?: Regalos del confinamiento

Nunca me he sentido del todo cómoda con las “etiquetas”. Por eso, deliberadamente en nuestra página web evitamos utilizar el término “coaching” y hablamos de Acompañamiento. ¿Por qué? Pues porque cuando una persona nos pide ayuda, la acompañamos con las herramientas que tenemos a nuestro alcance. En mi caso, me he formado en algunas disciplinas de coaching y tengo una acreditación por el Instituto Relacional de Barcelona como Coach Relacional, pero también estoy formada en Desarrollo Organizacional y en PNL y Terapia Gestalt… y aunque puedo diferenciar los límites entre una y otra, también es cierto que bebo de todas ellas para acompañar al cliente, siempre dentro de los marcos de acuerdo que tenemos.

Pero me faltaba algo… En los últimos tiempos se me ha ido haciendo más presente que mi rol no era en realidad de coach, o no sólo de coach. Tenía una intuición. Intuía que mi aproximación, en general, tenía más que ver con el Mentoring, algo de lo que hasta hace poco no se hablaba demasiado y en lo que yo no me había formado.

Las empresas nos pedían procesos de Mentoring, y yo los derivaba. Me faltaba encajarme con esa nueva “etiqueta”, y para eso necesitaba tener un conocimiento experto de cuáles eran las diferencias entre una y otra disciplina. Por supuesto había leído largo sobre el tema, me había informado, pero me faltaba formarme y tener un método para desde ahí hacer una propuesta honesta a nuestros clientes sobre qué podía ofrecerles como mentora. O ayudarles a diferenciar si la demanda que me pedían era para un proceso de coaching –con unas características determinadas de duración y enfoque-, o de Mentoring, que pide otro tipo de proceso.

Y llegó el COVID-19 y nos impuso su confinamiento… con sus restricciones pero también con infinidad de posibilidades que se abrían. Y decidí que era el momento de formarme en Mentoring y encontré un Programa on-line –como no podía ser de otra forma por las circunstancias-: el de la Escuela de Mentoring dirigido por Mª Luisa de Miguel. Mi regalo del confinamiento!

De entrada devoré el contenido de los diferentes módulos a la vez que, de forma claramente más intermitente, empezaba a hacer mis pinitos en un proceso de Mentoring, poniendo la atención y la conciencia en qué era diferente ahora al ponerme delante del mentee.

Tengo que decir que me estoy sintiendo muy cómoda. Me he dado cuenta de que no se trata de excluir sino de integrar. Utilizo mis conocimientos como coach y ahora sé que desde hace mucho tiempo también me he comportado como mentora. No siempre ni con todo el mundo. Ahora puedo diferenciar claramente cuándo estoy en un rol y cuándo en el otro.

Destacaré los cuatro elementos esenciales que me han servido para encajarme con la “etiqueta” de mentora:

Primero: el mentor ha de conocer/haber vivido una experiencia igual o similar a la que pide el mentee. Necesita experiencia acreditada en el ámbito en el que ejerce el Mentoring. El coach, no necesariamente. Si bien es cierto que algunas de las demandas que he atendido estos años puedo ubicarlas, desde este punto de vista, en un proceso de coaching, la inmensa mayoría resonaban 100% con los procesos vividos por mí, con mi experiencia de vida. Podía ponerme en la cabeza y en el corazón de mi cliente y entender el proceso por el que estaba pasando para desde ahí ayudarle a encontrar soluciones.

Segundo: el mentor tiene un rol claro como consejero. Éste es un aspecto esencial del mentoring y distinto al objetivo del coaching. Yo me siento cómoda con este rol y lo he ejercido cuando el cliente lo pedía-necesitaba, cuando con ello le ayudaba en su proceso de reflexión. Este aspecto va unido al de “informador”: facilitarle lecturas, libros, talleres, etc., y aportando experiencia propia o ajena, de nuevo un enfoque que me resulta !!

Tercero: el mentor ha de ser un conector, un facilitador de redes para el mentee. De forma connatural a mi manera de ser, siempre he tenido un rol de conectora muy fuerte (en Belbin, Investigador de Recursos, je,je), algo que también aplicaba en mis relaciones con los clientes. Y el mentor ha de ser una persona con esa capacidad de conectar y abrir sus redes al mentee, permitiendo que conozcan personas valiosas para su desarrollo futuro.

Y cuarto: el mentor ha de ser un modelo de comportamiento para el mentee. Ha de poder ayudarle en algo que el mentee le reconoce, ha de ser referente en ese ámbito. Dicho así habrá quien lo lea como pedante o presuntuoso, pero todo lo contrario: me confronta con mi necesidad de congruencia y con una motivación profunda para merecerme ese honor de servir de referente a otras personas.

Escribiendo este post, me doy cuenta de que me estoy exponiendo ante mis clientes. ¿He sido su coach? ¿He sido su mentora? Sé que he ayudado a las personas que han confiado en mí desde donde he sabido ayudarles en cada momento. Al final, eso es de verdad lo que importa.

Y me conecto, en cualquier caso, con la gratitud de haber podido ayudar.

Pero creo que es muy enriquecedor poder escuchar de otra manera las demandas y orientar a los clientes para saber si quieren un proceso de coaching o de mentoring. Saber que son dos disciplinas que aplican a momentos y necesidades distintas. Saber que piden de mí herramientas distintas.

La cuestión no es ¿coach o mentora? sino “coach y mentora”. La vida me ha ido llevando de forma natural hacia el Mentoring, y como ya acumulo muchos años de experiencia, y me voy acercando a lo que tradicionalmente era una edad de jubilación, creo que mi mochila tiene mucho que ofrecer desde el mentoring. Quizá esto es lo que me hace sentirme más cómoda con esta nueva dimensión.

Y como siempre tengo ganas de aprender, me encanta que mi forma de mentorizar se base en una estructura, en un modelo, que es lo que me ha dado/me está dando la Escuela de Mentoring.

Tomando palabras de Mª Luisa de Miguel, el Mentoring “es una práctica dirigida al aprendizaje, la mejora y el desarrollo personal y profesional”. ¿Y quién no quiere eso?

Feliz de poder decir que también me siento Mentora!

 

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