Con el tiempo he descubierto que la acumulación de conocimientos no es para mí. Cada vez más me distancio de las pilas de libros para leer y me acerco más a la búsqueda atenta de lo esencial sobre aquello que voy viviendo y experimentando. Prefiero tomar el riesgo de la ignorancia sobre lo mucho para disfrutar de la magia de conocer sobre lo único.
Y esto es lo que me pasa con el vino. Durante tiempo he sido inmune a toda la ciencia que lo envuelve. Cepas, denominaciones, técnicas, decantaciones, sabores, degustaciones, terroirs, taninos, largos en boca, barricas antiguas, bocazas y fardones…
Me faltaba sentido, conexión, emoción, relato. Hasta que llegó mi viaje a Burdeos que, de la misma manera que lo hizo mi viaje a la China, me tenía guardado un tesoro.
En el particular y único universo del vino de la zona de Saint Émilion tuve la oportunidad de enfrentarme a varias copas de vino tinto. Me explicaron origen, terruño, elaboración, procesos, individualidades y complejidades. Dejé entrar el líquido suave cada vez. Y su sabor, a modo de elixir, mientras se paseaba por la boca, dibujó dos cosas, poco a poco, hasta mostrármelas con diáfana intensidad:
La primera, el recuerdo de lo que Jorge Wagensberg escribió hace mucho sobre el vino y sus semblanzas con el universo y las experiencias humanas. Una destilación espectacular de ciencia, conocimiento y poesía que aquí dejo para los que quieran seguir explorando.
Y la segunda, ¡cómo no!, el tesoro de la conexión con mi oficio. Y no podría ser de otra manera cuando los del mundo del vino y los de las organizaciones trabajamos, ambos, con una esencia común: trabajamos con procesos complejos que requieren una combinación de ciencia, arte y una profunda comprensión de los sistemas vivos.
Al igual que en la viticultura, donde cada decisión influye en la calidad del vino, en las organizaciones, cada acción impacta en su salud relacional y en su productividad. Aunque parezcan mundos distantes, las semejanzas entre ambos son profundas y reveladoras.
Sistemas Vivos en Evolución
En la viña, las cepas de uva interactúan con el suelo, el clima y las prácticas del viticultor, creando un ecosistema dinámico. Las uvas no crecen en el vacío, sino que responden a su entorno en una relación constante y viva. De manera similar, las organizaciones están compuestas por individuos cuyas interacciones y relaciones forman un organismo vivo en constante evolución. Reconocer esta vitalidad implica entender que no se trata de imponer control, sino de facilitar condiciones óptimas para el crecimiento y desarrollo.
La Ciencia como Fundamento
La enología se apoya en conocimientos científicos que abarcan desde la química del suelo hasta los procesos de fermentación. Cada decisión técnica, como el momento exacto de la cosecha o el tipo de barrica utilizada, tiene un impacto directo en el producto final. En el ámbito organizacional, disciplinas como la teoría de sistemas, la gestión del cambio y el liderazgo proporcionan marcos científicos para guiar decisiones. Sin embargo, tanto en la producción de vino como en el desarrollo organizacional, la ciencia por sí sola no garantiza el éxito; es necesario complementarla con la artesanía y la intuición.
Artesanía
El enólogo, con su experiencia y sensibilidad, sabe cuándo intervenir y cuándo permitir que la naturaleza siga su curso. Esta artesanía requiere intuición y años de práctica. Es un acto de equilibrio constante, donde se conjugan conocimiento y creatividad. De manera análoga, los líderes organizacionales deben discernir cuándo guiar y cuándo permitir que los equipos se autogestionen, equilibrando intervención y autonomía para fomentar un entorno saludable y productivo. El toque personal, esa adaptación artesanal a lo que requiere cada situación, marca la diferencia.
Maestría con el equilibrio
La calidad de un vino es el resultado de múltiples factores: la variedad de la uva, el clima, las técnicas de vinificación y el envejecimiento. Nada opera de manera aislada; todo está interconectado. En las organizaciones, elementos como el liderazgo, la estrategia, la cultura, la estructura y los procesos también deben armonizarse. Un desequilibrio en cualquiera de estos aspectos puede comprometer el resultado final. Por ello, es esencial adoptar una visión sistémica que permita comprender cómo cada componente influye en el conjunto. El líder, como el enólogo, debe convertirse en un maestro de los equilibrios.
Tiempo y Paciencia
Tanto el buen vino como una organización saludable requieren tiempo para desarrollarse. La maduración en barrica permite que el vino adquiera complejidad, mientras que las organizaciones necesitan tiempo para que las iniciativas se consoliden y las personas se adapten a nuevas dinámicas. No se puede forzar el crecimiento ni apresurar los procesos sin sacrificar calidad. La paciencia y la visión a largo plazo son ingredientes esenciales en ambos casos. Saber esperar, sin descuidar los detalles, es una virtud que transforma.
Manejo de la Incertidumbre
La viticultura y el desarrollo organizacional enfrentan incertidumbres inherentes. Un cambio climático inesperado puede alterar toda una cosecha, y en el ámbito organizacional, una crisis económica o un giro en el mercado puede trastocar planes cuidadosamente trazados. La resiliencia y la capacidad de adaptación se convierten en virtudes indispensables para navegar estas incertidumbres. Transformar los desafíos en oportunidades requiere creatividad, flexibilidad y un profundo compromiso con los valores esenciales.
Conexión Humana
Tanto el vino como las organizaciones buscan conectar con las personas. Un buen vino cuenta una historia y evoca emociones, al igual que una organización saludable inspira y enriquece a quienes forman parte de ella. La autenticidad, la pasión y el compromiso con valores profundos son fundamentales para crear experiencias significativas en ambos ámbitos. Las emociones juegan un papel central: el placer de degustar un vino excepcional o el orgullo de pertenecer a una organización que trasciende.
Y, también, confiar y cooperar
La producción de vino y el desarrollo organizacional son reflejos de la complejidad y belleza de trabajar con sistemas vivos. Requieren una integración armoniosa de ciencia y arte, paciencia, resiliencia y una comprensión profunda de las interacciones humanas. En ambos casos, el éxito depende, también de los pilares fundamentales de la confianza y de la cooperación.
La confianza actúa como el suelo fértil en el que todo crece. En una viña, un suelo saludable permite que las raíces se nutran y las cepas prosperen. En las organizaciones, la confianza asegura que las personas se sientan seguras para aportar lo mejor de sí mismas, compartir ideas y asumir riesgos. Por otro lado, la cooperación es el entramado que une todos los elementos. Tal como la interacción entre la vid y su entorno genera frutos de calidad, en las organizaciones, la cooperación entre individuos y equipos permite transformar potencial en resultados.
Reconocer que tanto en la viña como en las organizaciones trabajamos con sistemas vivos nos invita a cultivar estas dos cualidades esenciales. Al final, es esta conexión humana, la que da lugar a vinos memorables y organizaciones extraordinarias. Organizaciones que, como los vinos, cuentan historias que inspiran y comprometen a quienes las conforman.