Si, como he mostrado en mis posts anteriores sobre cambio, nos resistimos a él porque cambiar implica reconfigurar los equilibrios en los que vivimos y aun así, inevitablemente, hemos de cambiar para poder seguir estando en los ámbitos en los que convivimos…¿cuándo empezamos a cambiar?
Empezamos a hacerlo…
…cuando superamos la tensión entre continuidad y cambio. Y eso solo ocurre cuando comprendemos y sentimos que los beneficios del cambio son superiores a los beneficios de seguir como estamos. Es cuando llegamos a ese punto que Samuel Husenman describe como el momento en que el “ansia de aprender” es superior al “ansia de sobrevivir/permanecer”.
…cuando comprendemos y sentimos que los riesgos de permanecer donde estamos son inasumibles ahora o lo serán en el futuro. El riesgo de pérdida o desposicionamiento de nuestra organización o de nuestra carrera profesional. El riesgo de que emerjan costes emocionales insostenibles en la relación con los otros. El riesgo de poner en peligro nuestra identidad o el sentido personal en la relación con nosotros mismos.
…es cuando comprendemos y sentimos que podemos superar el miedo que nos hace creer que no tendremos los recursos personales para superar la situación de indefensión en la que nos dejarán las etapas iniciales del cambio. Es el miedo a la vergüenza por mostrar ignorancia al no saber hacer algo nuevo. Es el miedo al cansancio, de no tener fuerzas, para empezar desde cero otra vez. Es el miedo a perder la imagen que hemos construido de nosotros ante los otros y tener que reconstruirla. Es el miedo a pedir ayuda porque hasta ahora hemos sido autosuficientes. O es el miedo a no obtener la gratificación que esperamos obtener con el cambio y sentirnos perdidos.
Y a veces no los vemos…los costes de permanecer y los miedos a veces ya han emergido pero no los vemos o no los queremos. Nos anclamos y protegemos en una racionalidad conocida o en una emocionalidad evitadora. Pero están y aparecen en forma de energía oscura en las relaciones informales en nuestros equipos, en nuestro carácter o en las reacciones relacionales con los otros (muchas veces en la propia familia)….o simplemente en nuestra salud, psíquica o física.
…cuando hemos aceptado que el cambio es inevitable por que las condiciones del contexto son decididamente distintas y nos empujan a la adaptación o a la transformación. Cuando aceptamos que la situación previa a la crisis económica de los últimos años no volverá o que las nuevas tecnologías determinan la manera en que nos relacionamos o que un ser querido cuando fallece ya nunca volverá o que una relación trastocada, como un papel arrugado, ya nunca volverá a ser como antes.
…cuando hemos aceptado que hay personas, relaciones, lugares, cosas, creencias o emociones que hemos de dejar de lado y abandonar ya que no hacerlo es aferrarnos a un pasado que ya no nos es útil.
…cuando lo nuevo se va configurando en nosotros, enriqueciendo nuestras creencias sobre lo que vemos y dando nuevo sentido a lo que viene haciéndonos sentir tranquilos, o quizás satisfechos, por haber incorporado un nuevo hábito, logrado un objetivo o construido relaciones con personas o situaciones.
En definitiva, empezamos a cambiar cuando abandonamos la fuerte predisposición a creer que nada cambia y el deseo de que todo permanezca igual. Cambiamos cuando empezamos a navegar abandonando la estabilidad por la fluidez y ganamos destreza emocional para fluir por los cambios y regenerarnos continuamente para conservar lo que queremos conservar.
Empezamos a cambiar cuando, parafraseando a Einstein, abandonamos la locura de creer que para conseguir algo nuevo nos sirve seguir haciendo lo mismo.