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El doble filo del silencio en los equipos

Empezaré con 2 acrónimos…

Serenidad                     Soledad

Ideas                                Invisibilidad

Lucidez                           Lentitud

Equilibrio                       Evasión

Nido                                 Negación

Confianza                     Corte

Interpelación              Incomodidad

Origen                             Olvido

El silencio es un territorio lleno de matices. Puede ser un espacio fértil para que broten ideas (columna izquierda) o un vacío que duele (columna derecha).

Cuando el silencio se vive desde la serenidad, se convierte en un lugar de encuentro con uno mismo y con los demás. Es el espacio que da forma a nuevas ideas, que aporta lucidez cuando dejamos que las prisas se detengan, y que nos ayuda a encontrar un equilibrio entre hablar y escuchar. Es un nido donde se gesta la innovación, una prueba de confianza en los vínculos, una interpelación que nos invita a reflexionar, y el origen de nuevas formas de pensar y relacionarnos.

Pero también existe la otra cara. El silencio que se transforma en soledad, que convierte lo que debería ser expresado en invisibilidad. Un silencio que ya no da lucidez, sino que se vuelve lentitud y frena la acción. Que en lugar de equilibrio es evasión, y en lugar de nido es negación. Un silencio que corta la confianza, que crea incomodidad y que se vuelve olvido, alejándonos de los demás.

En los equipos y en las organizaciones, ambos silencios conviven. En una reunión, una pausa consciente puede abrir espacio para que emerja la innovación: alguien se atreve a compartir una idea que llevaba tiempo en la sombra. Hay que saber sostener ese silencio.  Pero en esa misma sala, el silencio también puede ser cómplice de la falta de confianza: nadie levanta la voz para señalar un problema evidente, y se instala un muro invisible entre las personas. Hay que saber lanzar la pregunta adecuada en ese momento.

He trabajado con equipos, departamentos, áreas… donde el silencio era un puente: conectaba miradas, daba espacio a la creatividad y fortalecía la colaboración. Pero también he estado en otras donde el silencio era un muro: callar lo importante levantaba barreras invisibles y la confianza se resquebrajaba.

Aquí es donde el liderazgo juega un papel clave. El líder no solo debe saber hablar, sino también gestionar los silencios. Abrir espacios para que el silencio sea puente —un lugar donde emerjan ideas y se escuchen todas las voces— y evitar que se convierta en muro —ese que aísla, enfría y debilita las relaciones. Liderar también significa nombrar lo que no se dice, cuidar los vínculos y transformar el silencio en un recurso al servicio del equipo.

Y aquí es donde el Valor Total cobra sentido: porque no se trata solo de producir resultados, sino de cuidar las relaciones y la capacidad de adaptación. El silencio fértil construye valor en todas estas dimensiones: económico, relacional y adaptativo. El silencio estéril, en cambio, lo erosiona sin que apenas nos demos cuenta.

El reto no es eliminar el silencio, sino reconocerlo. Preguntarnos:

  • ¿Estamos cultivando el silencio que escucha, nutre y conecta?
  • ¿O estamos atrapados en un silencio que incomunica, incomoda o aísla?

Quizás la clave esté en el equilibrio: callar para escuchar, pero hablar para cuidar. Porque al final, el silencio también comunica. Puede ser puente o puede ser muro.

Y tú, ¿qué silencios reconoces más en tu vida o en tu equipo: los que inspiran o los que incomodan?

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