Pocas cosas hay tan seguras en la vida como que todo cambia… Podemos, incluso, afirmar que lo único permanente es el cambio, como decía Heráclito.
Sin embargo, no siempre y no todos vivimos positivamente estos cambios.
Tanto en nuestra vida personal, como en la organización, cambiar no es fácil. Cambiar genera miedo, ansiedad, angustia. Posiblemente la razón última sea que el cambio atenta contra una de las necesidades más arraigadas en el ser humano: la seguridad.
Los seres humanos nos agarramos a la seguridad como garantía de supervivencia. Y el cambio nos dice que nada es seguro.
El cambio o la muerte nos ponen ante una gran evidencia: no tenemos control sobre los aspectos más esenciales de nuestra vida. No podemos controlar la propia existencia. No podemos garantizar la perdurabilidad de nuestros seres queridos, de nuestras relaciones, de nuestro trabajo…
Todo ello es cierto. Pero también lo es que el cambio nos habla de la necesidad de entender la vida en términos relativos, no absolutos. En vivir en contacto con el “aquí y ahora” que defienden las terapias humanistas; con el la idea vitalista de aprovechar el momento que imprime el “Carpe diem” de los clásicos…
Si logramos que este fluir, que esta transitoriedad se convierta en un estado del espíritu, el cambio dejará de ser motivo de ansiedad, de bloqueos, de estrés.
Porque los cambios, y la aceptación de lo inevitable, nos hablan también de oportunidades, de renovación, de estímulo.
Podremos vivir la vida y los cambios como el niño que mira con curiosidad todo lo que le rodea y disfruta aprendiendo, y deja atrás aquello que ya no le sirve. La comprensión del proceso de cambio es fundamental para reducir el estrés y continuar hacia adelante.
El cambio puede y debe ser un estímulo en nuestras vidas. Es el riesgo de vivir. Y es la pasión por vivir. Ciertamente cuando cambiamos, podemos equivocarnos. Salimos de una zona de competencia (o zona cómoda), para entrar en una zona de incompetencia, el reino de lo desconocido. Y eso nos asusta. Pero hay una sola forma segura de no equivocarse, y es no hacer nada! Y el mundo progresa porque hay quien se arriesga. Y arriesgarse es cambiar!
El cambio es inevitable. Pero podemos vivirlo positivamente.
Cambiar es estar vivo, es moverse, es crecer como ser humano; cambiar es contribuir al progreso de los equipos, de las organizaciones, del mundo.