El otro día fui a un restaurante que nos habían recomendado y que lo tenía todo para ser una gran experiencia.
✔️ Camarerxs amables, atentxs y comprometidxs.
✔️ Comida de calidad.
✔️ Un espacio bonito, agradable, cuidado, con ambiente.
✔️ Y muchos clientes (una buena señal).
Y sin embargo… algo no funcionaba.
Las esperas eran largas, los platos se cruzaban, la tensión flotaba entre las mesas. Lxs camarerxs iban de un lado a otro con esfuerzo visible, tratando de sostenerlo todo con buena voluntad. Me pregunté ¿Qué es lo que ocurría? De pronto la respuesta emergió: nadie estaba dirigiendo la situación. Con esfuerzos sin sentido, la ineficiencia se manifestaba cuando, por ejemplo, al ir a tomar nota del pedido a una mesa que estaba esperando, el camarero era interrumpido por otra mesa que pedía otro vaso y este se iba a buscarlo olvidando finalizar su primera intención hasta tiempo más tarde, lo que hacía que el pedido no llegase a cocina, esta no pudiera avanzar y el tiempo de espera fuese aún mayor.
Los esfuerzos se desvanecían y frustraban tanto a los profesionales como a los clientes.
Nadie asumía dar criterio al servicio, tener una visión global que organizara, que priorizara, que resolviera las incidencias con tacto. Nadie que calmara el ruido, que leyera la sala, que pensara por adelantado. Resumiendo: nadie lideraba.
Y cuando el liderazgo no está presente, el equipo intenta suplirlo. Pero lo hace desde la intuición, desde la urgencia, desde el cuerpo. Lo que debería ser colaboración se convierte en compensación.
Me fui pensando en cuántas organizaciones operan así. Con personas talentosas, comprometidas, con ganas de aportar… pero sin un liderazgo claro. Sin alguien que se haga cargo del propósito compartido, de la mirada a largo plazo, del cuidado de los recursos emocionales del equipo. Porque la dirección no es solo marcar objetivos o repartir tareas. Es generar condiciones. Sostener el ritmo. Es cuidar el conjunto mientras cada parte hace lo suyo. Cuando esa figura no está presente, se cuela la incertidumbre. Y con ella, el caos sutil:
- La confianza se erosiona.
- La cooperación se agota.
- Aparecen tensiones, microconflictos, individualismos.
- Surgen la frustración, el cansancio, la sensación de que el esfuerzo no vale la pena.
Y entonces, el equipo —que lo dio todo— empieza a mirar hacia fuera. Porque cuando no hay dirección, el talento no se va por falta de compromiso, sino por falta de sentido.
El liderazgo no es estar en todas partes, ni tener todas las respuestas. Es tener la capacidad de ver lo que otros no pueden, porque están demasiado enfocados en la acción. Es dar un marco, leer lo que está ocurriendo y acompañar con presencia y criterio.
Sin eso, ni el mejor equipo puede brillar.