Todos tomamos decisiones constantemente. A veces conscientes, otras inconscientes. En momentos por inercia y otras, donde la emoción es lo único presente.
En un día como ayer, me oía decirles a mis hijos: “cuando uno toma decisiones, tiene que ser consciente tanto de los beneficios como de los costes que tiene esa decisión”. No me entendían o no me querían entender. Ellos habían tomado una decisión, con toda la determinación del mundo y completamente conscientes de los beneficios que les estaba aportando. Seguros de lo que estaban haciendo. En ningún momento pensaron si esa decisión iba o no a tener consecuencias y cuáles podían ser. Se trataba de algo muy trivial. Muy cotidiano. Poner la tele. El problema fue el momento. Era hora de cenar. El tiempo corría y ellos seguían sin aparecer. Su sorpresa llegó cuando entraron en la cocina, y vieron que no tenían la cena en la mesa. Mi respuesta fue clara: Ahora es hora de dormir. Se iban a dormir sin cenar. En ese momento explotó la tensión. Por su parte en modo enfado y por mi parte en modo serenidad. Yo había tomado una decisión. Sí. Fui inflexible. Fue una decisión consciente.
Después de casi una hora de conversación, creo que conseguí que entendieran el sentido de mi decisión. Lo que yo necesitaba de ellos era respeto a las normas y a la convivencia. Yo también pude escuchar lo que necesitaban de mí. Un punto de mayor flexibilidad. Con ésto conseguimos llegar a un acuerdo. «Respetaremos las normas y seremos más flexibles con los tiempos».
La palabra decisión proviene del latín -decisio, -decisionis. Estas son 2 de sus acepciones:
- 1. f.Acuerdo o determinación adoptada en una situación de duda. Medida, resolución
- 2. Valor o energía para realizar algo.Firmeza, determinación, empuje, iniciativa
Ellos tomaron la decisión bajo la segunda acepción. Determinación para hacer lo que querían. Yo bajo la primera. Debía ponerles límites. Era la resolución a un dilema (normas de convivencia o flexibilidad).
Más allá del mal rato que pasamos todos, creo que conseguí lo esencial para una conversación regeneradora: el mutuo reconocimiento.
Las dinámicas familiares no difieren en exceso de lo que ocurre en las organizaciones.
En las empresas también me encuentro con situaciones similares a la que os acabo de relatar. Individuos, equipos, departamentos que deciden ir hacia un lugar. El lugar que desean. Por el camino que les da seguridad para cumplir sus propios objetivos.
Paralelamente, y en la misma organización, hay otros individuos, equipos o departamentos que también deciden ir hacia un lugar. Ese lugar que desean. A veces, diferente al de los otros. Por el camino que les da seguridad para cumplir su propios objetivos.
Ambos tienen el valor o energía necesario para realizar algo.
El problema viene cuando, ante la duda, ambos grupos están optando, exclusivamente, por el beneficio propio (igual que mis hijos) y no por el de la Organización (en mi caso, la convivencia).
Las claves con las que nosotros trabajamos para asegurar la validez de esas conversaciones, ya sean personales u organizacionales son:
- RECONOCER la interdependencia. Reconocer que todos los actores son mutuamente necesarios para conseguir sus objetivos y así conseguir los objetivos globales de la organización.
- EXPRESAR la interdependencia. Hacer explícito que se necesitan, ampliando el conocimiento mutuo. Compartiendo objetivos, procesos, proyectos y recursos.
- REGULAR la interdependencia. Coordinándonos mediante las conversaciones, utilizando los actos básicos de comunicación: Pedir – Ofrecer- Acordar
- ASEGURAR la calidad de la interdependencia. Mediante los dos reguladores de la relación: la Escucha y el Reconocimiento. Escuchar al otro y lograr que se sienta comprendido (emociones, explicaciones, acciones y sentido) y Reconocernos para construir relaciones de interdependencia saludables.
Esta respuesta la podemos dinamizar a través de la metodología ARI: Activando relaciones interdepartamentales.