Hoy escribo impactada por algo que me ocurrió ayer mismo.
Nos habían encomendado un proceso de Coaching para una persona con un puesto de responsabilidad importante. La llamaremos Teresa.
La empresa apostaba por ella. Una mujer de gran valía. No querían perderla. Había que ayudarla, por tanto, a potenciar sus cualidades, reforzar su Inteligencia Emocional para que, dado que trabajaba en un entorno de gran presión, pudiera
- Aumentar su capacidad de resilencia y regeneracional emocional
- Tomar perspectiva acerca de las cosas que le afectaban: distanciarse y relativizar
- Ayudarle a revisar sus “modelos mentales”: las cosas no son necesariamente como yo las veo…
- Ganar flexibilidad y capacidad de adaptación a nuevas propuestas/enfoque
- Automotivarse para desempeñar su trabajo y ganar autonomía “emocional”
- Etc.
Durante el proceso de indagación con el Gerente de la Unidad para definir los objetivos del proceso, me llamó la atención una frase: “Necesito que vuelva a estar motivada como hace un año”.
Cuando le pregunté al Gerente por qué motivada como hace un año, o qué había cambiado en ese año, me explicó que –cito literalmente- “ahora había mucha más presión y menos cariño por las personas… Quizá había fallado la comunicación…”
Él confiaba en que a través de este proceso de Coaching ella pudiera hacerse cargo de que “en una posición directiva había que entender esto”.
Pues bien, ayer a llamé a Teresa para coordinar las agendas para la primera sesión, sorprendida de no haber recibido respuesta suya a mis anteriores mails, y me dijo que había tardado en contestarme porque primero tenía que notificar a Gerencia su salida de la compañía.
Efectivamente, el proceso había llegado demasiado tarde.
Era un proceso solicitado por ella. Y quizá ella misma lo pidió demasiado tarde, era “un grito de ayuda desesperado” –nos dijeron-. Y seguro que en la vorágine y la presión del día a día, sus jefes leyeron los síntomas también demasiado tarde…
Dos grandes reflexiones que se me despiertan:
1ª) La famosa parábola de la rana hervida… Se va sometiendo a una persona a más y más presión, se van espaciando y enfriando los momentos de relación personal, se van dejando para mañana asuntos IMPORTANTES porque todo es MUY URGENTE… y un día la rana aparece, cómo no, hervida. Es decir, la persona que queríamos conservar en la organización se nos va. Se nos va “quemada”, agotada… Se va y se lleva el TALENTO que aportaba a la organización…A lo mejor es una buena oportunidad para ella, así lo dice.. Pero se va y nos queda una sensación de frustración, de pensar qué podríamos haber hecho antes y de otra manera… qué haríamos ahora distinto…
2ª) La importancia de cuidar las relaciones en cualquier circunstancia: no todos somos iguales. Hay personas que necesitan más el contacto que otras y el poder contar con unos tiempos de intercambio con sus superiores más frecuentes; hay otras que son muy autónomas y pueden manejarse solas y sin problema en entornos de mucha presión y muy áridos emocionalmente hablando…
Por tanto, nos deberíamos plantear aquello de “no tratar a los demás como me gustaría que me tratasen SINO COMO ELLOS QUIEREN SER TRATADOS”. Y no olvidar que, lo que marca la diferencia entre unas organizaciones y otras, cuando todas obtienen beneficio económico, es el Valor Relacional que se da en ellas, es decir, la calidad de las relaciones que se establecen entre equipos y departamentos, tener claro qué se espera de nosotros y sentirnos escuchados y reconocidos, generando entornos de confianza, lo cual permitirá la adhesión a la compañía…
En definitiva, lo que en SOLO entendemos como VALOR TOTAL: el valor económico es necesario, pero si revierte sólo en el accionista a costa de desgastar a la gente que trabaja en la empresa, es “depredador”. La construcción de valor económico ha de encajarse con la construcción de Valor relacional, que incluye la Confianza, y crea las condiciones para atrevernos a asumir riesgos y afrontar cambios. Sólo entonces creamos VALOR TOTAL.
Y todo eso hacerlo a tiempo…