Nuestro trabajo como consultores y coachs requiere de la acción de confrontar.
Pongo delante de mi cliente un espejo donde ha de mirarse. Enciendo un foco que ilumina un espacio en el que se le aparecen cosas que necesita saber, situaciones que evita, deseos frustrados, riesgos que no asume o verdades que le son invisibles.
Cuando le confronto construyo condiciones adecuadas para mostrar, con propósito de ayuda, lo que veo de él y sus circunstancias, de tal modo que mi cliente lo pueda escuchar y sostener. Pero no de manera neutra, ya que imprimo intensidad y tensión para movilizarlo e impactarlo. Como si lo cogiera por los hombros para sacudirlo y despertarlo.
Y cada vez que confronto lo vivo como una acción de enorme responsabilidad, en la que yo mismo estoy fluyendo en un estado de tensión y ansiedad, pero también de determinación e intención.
Confrontando interrumpimos el proceso organizador de la realidad que nuestro cliente ha construido y del que nosotros mismos no escapamos. Un proceso organizador que nos mantiene en una nube de percepciones alejados dos pasos de la experiencia que llamamos realidad. El primer paso nos aleja al encajar en palabras una narración de la realidad. Y el segundo, nos distancia aún más, cuando llenamos de significación y vivencia emocional esa misma narración. Es así como damos sentido y explicación coherente a nuestra vida, integrando lo que nos pasa con lo que hemos ido incorporando y reconociendo como aceptable en nuestra historia personal y profesional.
Confrontando forzamos a que se reestablezca un nuevo orden interno. La intención es remover y esperar una nueva reorganización más rica y posibilitadora.
Confrontar es encender una chispa de luz. Con ella iluminamos ese espacio aún desconocido para proporcionar más claridad, recursos e ideas. Pero también puede conllevar desasosiego, incongruencia e incluso perplejidad al estar poniendo en cuestión alguna creencia nuclear en los esquemas de funcionamiento de nuestro cliente. Y es entonces cuando se generan fricciones que pueden hacer emerger respuestas violentas para las que hemos de estar preparados.
El combustible para esa chispa combina nuestra presencia absoluta en el momento con escucha fina, el mayor vacío de juicio posible, lectura sistémica, elección del momento, determinación y mirada amorosa y compasiva. Sólo falta añadir el oxígeno para que la chispa cobre vida: la expresión comunicativa adecuada de cuerpo, emoción, tono y palabra.
Confrontar es aprender a construir, en la inmediatez del directo, espacios de confianza con nuestro cliente, en los que nos transfiere, de manera momentánea, autoridad y credibilidad. Nos convertimos en personas de valor, quizás sólo pasajeras, ya que sólo como tales podemos intervenir e influir en lo que piensa y siente.
Nunca sabremos a priori los resultados de la confrontación, porque no podemos anticipar la cantidad “de verdad sostenible” por el otro. Siempre es un riesgo. Y por ello hemos de responsabilizarnos de manejar las consecuencias
Confrontar es una acción necesaria para generar aprendizaje.
Y también para cuidar.
Porque confrontar es una forma concreta y poderosa de reconocer al otro.