En las Sesiones de Trabajo en que abordamos el tema de la Resolución de Conflictos, solemos pedir que los participantes disparen su Mapa mental sobre dicho Conflicto: sentimientos, asociaciones (nombres, personas, lugares), ideas preconcebidas, experiencias, etc.
Habitualmente, encontramos que hay personas que asocian a Confllicto solamente términos que ellas viven como negativos (tensión, caos, crisis, desacuerdo, incomprensión, enfadarse…); otras incorporan aspectos positivos y negativos, y, por último, pocas personas ven/viven el Conflicto como algo positivo en sí mismo (escucha, resolución, reflexión, pacto, entenderse, necesidad…).
Etimológicamente conflicto proviene del vocablo latino Conflictus (Con-flictus) que quiere decir “chocar con”, lucha, colisión, turbar, combate, confrontación, de ahí que su sentido sea bastante amplio.
Si a algo tendemos las personas es a crear mitos sobre cualquier cosa. El conflicto no escapa a esa tendencia. Los mitos que nos hacen considerar el conflicto como algo dañino y que se debe eliminar a toda costa son:
el conflicto nunca puede llevar a algo positivo
- los conflictos son el resultado de choques de personalidades
- conflicto y enojo van junto.
Si somos capaces de superar estos mitos, estaremos en disposición de comprender y aceptar que la aparición del conflicto estimula el pensamiento activo del ser humano y promueve retos que permiten el desarrollo y la experiencia.
Por otro lado, los conflictos no sólo no son inusuales sino que son inevitables, normales e inherentes a la raza humana. Han existido desde siempre y seguirán existiendo siempre mientras exista el hombre.
Por ello, pese a la ansiedad que inevitablemente genera un conflicto de cualquier tipo, no se justifica la connotación negativa que suele acompañar al concepto, porque conflicto también es asimilable a movilidad, avance, motor de conductas nuevas.
La existencia del conflicto, en su acepción positiva, implica reconocer las diferencias y valorar las distintas visiones y posiciones.
Por lo tanto, la existencia del conflicto es inevitable; pero no es negativo, lo equivocado está en su abordaje, pues puede generar, en caso de desatención, una escalada que converja en la violencia o en la sensación amarga de la injusticia.
Hablaremos, entonces, de conflictos funcionales, aquellos que bien abordados se convierten en motor del cambio, renovación, opción de soluciones creativas, etc., y de conflictos disfuncionales, los que no hemos sabido gestionar a tiempo o correctamente y acaban estallándonos como la bolita de nieve que se ha convertido en una gran pelota de dimensiones incontrolables.
¿Qué es, pues, el Conflicto?
Si vamos a las definiciones, según Thomas-Kilmann, “conflicto es un proceso que comienza cuando una parte percibe que otra parte la ha afectado o la afectará de forma negativa.”
Rubin y Bianchi definen un conflicto como una situación en la que dos o más partes perciben que en todo o en parte tienen intereses divergentes. Incluso Rubin puntualiza y define al conflicto no como divergencia de intereses, sino como la percepción de una divergencia de intereses.
Para Alvarez y Highton, en cambio, el término abarca los trasfondos psicológicos de la confrontación física misma e incluso ahora se utiliza con tanta amplitud que se encuentra en peligro de perder su sentido específico. Por ello es preciso adoptar un significado restrictivo en el sentido de reducirlo a «una relación entre partes en la que ambas procuran la obtención de objetivos que son, pueden ser, o parecen ser para alguna de ellas, o para las dos, incompatibles».
Si nos fijamos bien, todas las definiciones de conflicto introducen el matiz de la percepción. Es decir, la naturaleza del conflicto es siempre subjetiva, por eso, si no lo manejamos bien, supone un desgaste emocional elevado. Y dicho de otra manera, siempre que yo vivo una situación como conflictiva. Es que yo soy parte del conflicto!
En definitiva, el conflicto es inevitable. Y bien gestionado es positivo. Pero como la percepción del conflicto es subjetiva, debemos revisar nuestras creencias sobre qué es un conflicto, y revisar y resignificar nuestras experiencias anteriores en situaciones conflictivas, abrir las opciones para ver qué podríamos haber hecho distinto, qué hacer ahora diferente frente a las mismas situaciones, analizar el grado de miedo o dificultad para aceptar que otros puedan ver las cosas diferentes a mí, y, sobre todo, creer que en hay una solución mejor que posiblemente pueda contentar a las diferentes partes…
La pregunta ahora, por tanto, es: “Y tú, ¿cómo vives tú los conflictos?”